|David
Espino|
Media
hora fue suficiente para que agentes de las policías ministerial,
estatal y federal desalojaran a los estudiantes de la Normal Rural
Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa el 12 de diciembre pasado, cuando
efectuaban un bloqueo en la Autopista del Sol para demandar
incremento a la matrícula escolar y plazas para los egresados, en
una operación que dejó dos muertos y tres heridos.
Seis
horas de bloqueo en el mismo lugar no fueron suficientes para que
alguna fuerza de seguridad interviniera para disuadir a los
manifestantes (al parecer comerciantes ambulantes de Acapulco,
taxistas y empleados de la Procuraduría General de Justicia) que un
mes y medio después incendiaron llantas, atravesaron camiones
urbanos y fueron a patearle la casa al gobernador en demanda de que
los dos agentes ministeriales presos por el asesinato de los
normalistas fueran puestos en libertad.
No
hubo manifestación de la sociedad civil en defensa de la paz ni en
apoyo al gobernador.
No
hubo quien les gritara terroristas o vándalos.
A
las 12:12 del día, del 12 de diciembre, una bomba despachadora de la
gasolinera Eva II empezó a incendiarse por una molotov lanzada del
lado de donde estaban los estudiantes. Por el estallido, un empleado
del establecimiento resultó herido por quemaduras de tercer grado.
Al cabo de un mes murió hospitalizado. Las exequias de Gonzalo Rivas
Cámara fueron de Estado. Estuvo el gobernador con sus funcionarios.
El entierro de Gabriel Echeverría de Jesús y Alexis Herrera Pino
fueron de pueblo. Apenas la familia y los amigos más cercanos. Nada
de prensa. Gonzalo Rivas fue declarado hijo predilecto de
Chilpancingo por acuerdo de Cabildo. Gabriel Echeverría y Alexis
Herrera le dieron un trato similar a los sicarios que incendiaron el
Casino Royale, en Monterrey.
A
la 1 de la tarde de 12 diciembre, el bloqueo de los estudiantes
normalistas ya estaba disuelto, los cuerpos tendidos, aún sin el
rigor mortis. Los estudiantes que no habían sido golpeados y
detenidos, detenidos y golpeados, huyeron a los cerros aledaños. Un
reportero fue llevado a los separos con su ración de culatazos y
patadas al ser confundido con uno de los normalistas. Pasó una hora
más para que el Servicio Médico Forense llegara por los cadáveres.
El director de peritos de la Procuraduría de Justicia se paseaba por
donde estaban los cuerpos. Hay una foto en la que se ve que toca a
uno de ellos, quizá para cerciorarse si estaba vivo o muerto, aunque
el borbotón de sangre que le salió de cuello y se desparramó sobre
el asfalto no daba lugar a dudas.
Los
manifestantes procedentes de Acapulco en demanda de la libertad de
los policías Rey David Cortés Flores e Ismael Matadama Salinas
acusados de disparar contra los normalistas, llegaron primero a Casa
Guerrero. Allí exigieron hablar con el gobernador Ángel Aguirre. No
llegó ni él ni el secretario de Gobierno, Humberto Salgado Gómez.
Apenas y el subsecretario de Asuntos Políticos, Víctor Aguirre
Alcaide, mandó al director de gobernación Moisés Alcaraz Jiménez.
Pero éste llegó sólo para que se burlaran de él y de lo poco que
representa.
–Y
usted ¿cómo dice que se llama? –le preguntaron en coro el grupo
de manifestantes a los que se acercó para intentar disuadirlos de su
protesta.
–Moisés
Alcaraz Jiménez... –respondió el funcionario e intentó ampliar
la información pero no lo dejaron.
–¿De
dónde viene?
–Soy
director de Gobernación del estado –repuso, tal vez pensando que
eso le daría mayor margen de negociación. Lo único que logró es
que salieran las risotadas de los manifestantes.
–Con
usted no queremos nada, queremos hablar con los de arriba.
Alcaraz
alcanzó a hablar con quien encabezaba la marcha. No estaba allí,
por cierto. Uno de los dirigentes le habló por su nombre y se lo
puso al teléfono. Era el abogado Alfredo Pérez Zárate. No se llegó
a ningún acuerdo, la exigencia de querer hablar con el gobernador
creció y Moises Alcaraz quedó retenido unas dos horas en calidad de
prenda en garantía. Ni el gobernador ni el secretario de Gobierno
estarían. Por eso, al darse cuenta de ello, los manifestantes
empezaron a gritar que les abrieran la puerta 3 de Casa Guerrero, los
policías que hacen guardia rutinaria en el lugar se escondieron del
otro lado.
Los
manifestantes empezaron a patear la puerta de la residencia oficial y
a gritarles:
–¡Abran,
culeros!
En
Casa Guerrero estuvieron hasta después de las 3:00 de la tarde.
Nadie los atendió y decidieron entonces irse a bloquear la Autopista
del Sol. Se fueron al mismo lugar en que un mes y medio antes habían
sido asesinados Gabriel Echeverría y Alexis Herrera. Estuvieron
desde la 4:00 de la tarde. Sobre las vías federales atravesaron los
camiones urbanos de Acapulco con los que se transportaron hasta acá.
Era cerca de mil manifestantes que nadie ha podido explicar hasta
ahora quiénes eran y quién financió su transporte y su
alimentación. Había señoras y niños, chicos de entre 17 y 20
años. Señores. Muchos vestían la ropa común del acapulqueño de a
pie: bermudas, playeras y chanclas o tenis.
–Se
está procediendo en contra de ellos. La PGR ya investiga el bloqueo
–dijo apenas el gobernador cuando fue cuestionado por reporteros en
Acapulco.
Chilpancingo
es inclemente para los que viven viendo el mar todos los días. El
asfalto es duro y no se compara con la tibieza de la arena. El aire
es glacial y quema la piel. En Acapulco y en toda la franja costera
el aire es tibio y un rocío de partículas salinas inundan la cara.
El sabor amable del mar se percibe por los poros. Chilpancingo en
invierno es la tundra para los que no salen del trópico. Y a las
6:30 de la tarde empieza a mostrar su lado más frío. Fue la hora en
que los manifestantes empezaron a desesperarse. Los niños que andan
siempre en short y camiseta en sus patios de marañonas sintieron los
efectos y lloraron para que los cubrieran.
A
alguien se le ocurrió hacer una fogatada. En Acapulco es común en
sus playas, la luna al fondo reflejándose en el mar, la escena es
hasta romántica. En la Autopista del Sol, a la salida de
Chilpancingo con rumbo al puerto, la fogatada con neumáticos usados
que organizaron los manifestantes se apreciaba como un sitio que se
preparaba para una batalla. Quemaron dos tambos con combustible que
compraron en la gasolinera Eva II. El tráfico de autobuses del
transporte público y de automóviles particulares llegó hasta la
primera caseta de cobro, por el lado sur. Por el norte la fila de
automotores llegó más allá del museo La Avispa.
Fueron
seis horas de bloqueo total a la Autopista del Sol. Sólo en dos
ocasiones abrieron parcialmente los carriles para darle fluidez al
tráfico. Pasaron los que pudieron. Los manifestantes colocaron
piedras y más neumáticos en forma de barricadas cuando como a las
8:00 de la noche se supo que un grupo de cien granaderos se dirigían
al lugar para desalojarlos.
–A
ver, qué vengan, aquí nos madreamos. A ver de a cómo nos toca
–decían.
–Vengan,
aquí los esperamos, pinches policías. Nosotros somos la ley, no
somos ayotzinapos –volvían a decir.
Nada
ocurrió a pesar de las provocaciones.
Poco
rato después comieron pollo asado y cuando el grupo de unos 30 que
fue llamado para negociar sus peticiones mandaba mensajes de que las
pláticas estaban atoradas, se preparaban para quedarse a dormir
atravesados en la carretera. Muchos no aguantaron el frío de la
intemperie ni el olor del humo tóxico que emitían las llantas al
quemarse y subieron a los camiones urbanos.
La
protesta de los manifestantes duró todo el día. Desde las 12:00 del
día en que llegaron. Marcharon por la avenida Rufo Figueroa con
rumbo a Casa Guerrero, le patearon la puerta al gobernador,
retuvieron por un par de horas al director de Gobernación, Moisés
Alcaraz, se replegaron en la vía federal en la salida sur de
Chilpancingo, prendieron llantas y tambos de metal, hicieron
barricadas, los llamaron a negociar, comieron plácidamente Pollo
Feliz, dejaron pasar los
automóviles que quisieron, se tiraron en el asfalto ya como a las
9:00 de la noche, vieron las estrellas que se ven desde acá y
notaron que son las mismas que se ven desde La Zapata o Renacimiento,
las colonias donde viven.
Hasta
las 9:30 de la noche llegó la comisión que había estado en las
instalaciones de la Procuraduría de Justicia con la noticia de que
firmaron el acuerdo de que el subsecretario de asuntos políticos
Víctor Aguirre Alcaide los recibiría. Y decidieron marcharse de
regreso a su ciudad. El tránsito de seis kilómetros de largo se
reanudó. La protesta fue estridente y hubo saldo blanco. Ni un
policía se asomó al lugar. Los únicos que aparecieron en escena
fueron los que hacen guardia rutinaria en Casa Guerrero, pero luego
se escondieron atrás del gran portón, y no salieron aunque les
gritaron culeros.
Si
así hubiera sido el trato a la marcha de los estudiantes de la
Normal de Ayotzinapa un mes y medio antes, esta historia no estuviera
escrita.
Pero
el hubiera no existe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario