[David
Espino]
Al
asumir Rubén Figueroa Alcocer la gubernatura de Guerrero el 1º de
abril de 1993, en realidad se estaba cumpliendo el designio de su
padre, Rubén Figueroa Figueroa, de que, a como diera lugar, uno más
de su prole fuera gobernador del estado. Y lo cumplió a cabalidad,
porque según el PRD lo fue con coacción, fraude y clientelismo. Lo
fue hasta marzo de 1996 cuando, por el asesinato de 17 campesinos en
Aguas Blancas, Coyuca de Benítez, el 28 de junio de 1995, tuvo que
pedir licencia definitiva.
Ya
no daría su tercer informe en abril de 1996, ni festejaría en Casa
Guerrero en el diciembre venidero su cumpleaños 57.
De
la matanza han pasado 17 años, y contrario a lo que vaticinaban sus
acérrimos enemigos, que fueron muchos, aunque ya no quedan tantos,
Figueroa sigue siendo un hombre de poder en la política, en el
gobierno y en el transporte, donde es magnate.
Sigue
siendo, El
Tigre
de Huitzuco.
LA MASACRE DE Aguas Blancas fue singular y estremeció, en el más
amplio sentido del concepto, a medio mundo. Figueroa contribuyó en
secreto azuzando a sus altos mandos policiacos para no dejar pasar,
“a cómo diera lugar”, a 40 campesinos provenientes de diferentes
puntos de la sierra de Coyuca de Benítez que se dirigían, los
menos, a vender maíz y frijol a la cabecera municipal, y la mayoría
a una manifestación en Atoyac para exigir la presentación con vida
de su compañero Gilberto Romero Vázquez, desaparecido un mes antes
en una manifestación, y tomar del ayuntamiento encabezado por la
perredista María de la Luz Núñez Ramos.
La
consigna sólo se dio por concluida cuando unos 200 policías del
estado y la entonces Policía Judicial los acribilló a mansalva,
pereciendo, aun con tiros de gracia, los dueños de los 17 nombres
(José Rebolledo Gallardo, Anacleto Ahueteco Coyote, Gregorio Analco
Tavares, Francisco Blanco Muñoz, Victorio Flores Balanzar, Fabián
Gallardo García Ventura, Paz Hernández González, Daniel López
Castañeda, Eleodoro López Vargas, Climaco Martínez Reza, Simplicio
Martínez Reza, Mario Pineda Infante, Tomás Porfirio Rodín,
Florente Rafael Ventura, Francisco Rogel Gervacio, Amado Sánchez
Gil, Afraín Vargas Ceballos) que se inscribirían en la lápida
erigida en su memoria, al cabo del primer año de su muerte estéril.
Los
elementos que indicaron que la matanza fue planeada desde el palacio
de gobierno los dio la misma Núñez Ramos.
El
27 de junio, un día antes de la masacre, Figueroa le habló a la
alcaldesa a sus oficinas en el ayuntamiento. No la encontró porque,
declaró ella poco después al entonces semanario El
Sur,
fue a México a atender un asunto familiar. A su regreso, María de
la Luz le devolvió la llamada. Pasaban de las 8:00 de la noche
cuando instruyó que la comunicaran con el gobernador. Su asistente
marcó los números (01747) 2 24 89, 2 33 09 y 2 77 95, fue en éste
donde lo encontraron.
—Buenas
noches, señor gobernador. ¿Me buscó usted?
—¿Dónde
andaba? —preguntó Figueroa.
—En
México; tuvimos una desgracia familiar…
—¿Ya
sabe que Wilebaldo (Rojas, el síndico de la comuna de Atoyac) volvió
a citar a sus amigos de la OCSS? Quiero pedirle que hable usted con
los de la OCSS de Atoyac para que ellos desistan de ir a la
manifestación. Hay que evitar que lleguen, ya que son gente muy
violenta. Yo por mi parte ya tomé providencias para que el grupo
mayoritario no vaya. Vamos a tratar de detener a la gente de
Tepetixtla a como dé lugar. Le pido que estemos en comunicación.
—¿Leyó
usted el volante, la carta a los periódicos en donde nos
responsabilizan a usted y a mí (de la desaparición de Gilberto
Romero Vázquez)? —preguntó María de la Luz Núñez.
—Sí.
Yo he recogido esos volantes donde a usted y a mí nos hacen
responsables de la desaparición.
—Yo
por mi parte —dijo la alcaldesa— pienso permanecer y asistir
normalmente a las labores del ayuntamiento.
—Sí.
Usted permanezca tranquila. Hágalo así. Estamos en comunicación,
presidenta.
Concluyó
la conversación.
El
miércoles 28 de junio, ocho horas después de la masacre, María de
la Luz habló otra vez con el gobernador. Eran las 6:00 de la tarde.
—Buenas
noches señor gobernador. Estoy muy preocupada por los
acontecimientos de Coyuca; quisiera conocer su versión. ¿Qué fue
lo que pasó?
—Pasó
lo que le platiqué ayer —dijo Figueroa—. Que detuvimos a esa
gente. Tratamos de dialogar con ellos, con un grupo de campesinos que
venían en una camioneta. Y estábamos en el diálogo cuando llegó
un segundo vehículo; algunos se bajaron a querer quitarle los rifles
a la policía. Uno de ellos agredió con un machete; casi le arranca
el brazo a uno de los policías. Ante esto, alguien disparó un tiro
y se generalizó una balacera. Por lo que pudimos saber, el objetivo
era tomar el ayuntamiento. Venían predispuestos. Nosotros tenemos un
video que va a tener sus repercusiones. A esta gente fuimos siete
veces a verla a la sierra; le llevamos todo lo que nos pidieron. Pero
es gente alzada que forma parte de grupos radicales.
“¡Venían
a la guerra, y guerra tuvieron! ¿Somos autoridad o no somos? Hicimos
un operativo
muy bien cuidado —detalló—, pues estaban todos los jefes
policiacos: el licenciado Robles Catalán, Antonio Alcocer, Rosendo
Armijo de los Santos y Gustavo Olea Godoy. Como ve, el operativo
estaba bien cuidado”.
—Señor
gobernador, ¿cuántos muertos y cuántos heridos ha habido?
—preguntó de nuevo María de la Luz.
—Son
15 o 16 muertos… —respondió Figueroa.
—¿Cuántos
muertos y cuantos heridos de la policía?
—Muertos
ninguno; heridos creo que son cuatro…
—¿Considera
que todo está bajo control? –volvió a preguntar la alcaldesa.
—Sí.
En Coyuca está el secretario general de Gobierno…
—Lamento
mucho lo ocurrido. Estaremos atentos… —dijo María de la Luz y
colgó el auricular enseguida del gobernador.
La
animadversión de Figueroa hacía la OCCS se generó sobre todo el 3
de mayo de 1995, cuando el principal dirigente, Benigno Guzmán
Martínez, mostró su irreverencia ante el gobernador y el general
Tomás Salgado Cordero, comandante de la novena región militar,
cuando Figueroa visitó Tepetixtla, sede de la organización. En esa
ocasión, Gilberto Romero Vázquez le entregó personalmente el
pliego petitorio a Figueroa y sólo tuvieron que transcurrir 21 días
de la reunión para que el campesino fuera secuestrado y
desaparecido, lo que constituyó un mes después en el detonante para
la masacre de Aguas Blancas.
PASADAS CASI 12 horas de la masacre, Figueroa habló al noticiero estelar de
Televisa. Ante las preguntas del presentador acusó de violentos a
los campesinos y los culpó de su propia muerte. Sus colaboradores
habían alterado todo para poner las cosas a su favor. Unos les
sembraron armas a los cuerpos insepultos, y otros manipularon el
video que mostró al tipo de campesino violento que habita el campo
guerrerense, la misma grabación que mostraría meses después en su
versión original el estilo de matar en Guerrero. Luego de semanas,
el mismo Figueroa socorrió en primeras planas a viudas y madres con
cheques y casas luctuosas, acaso esperando que aquel gesto le
extirpara el peso de los muertos.
El
sangriento episodio sólo fue el corolario de un gobierno autoritario
que, a partir de la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) en Chiapas el 1 de enero de 1994, empezó a temer la
posibilidad real de una insurrección armada en un estado con una
tradición revolucionaria venida de décadas atrás. Figueroa Alcocer
ya vivía con el estigma soberbioso de su padre, Rubén Figueroa
Figueroa, y con la sombra del movimiento armado encabezado por Lucio
Cabañas Barrientos, autor del secuestro de su padre en junio de 1974
y abatido en combate con el Ejército el 2 de diciembre de ese año.
De
allí que su actitud para con todo signo de oposición fuera de
corromper o reprimir, cosa que hizo muy bien desde el inicio hasta el
final de su malogrado gobierno.
Cuatro
años antes, en 1992, cuando Figueroa contendió por la gubernatura
del estado contra el perredista Félix Salgado Macedonio como su más
cercano contrincante, la fama de venir de una familia de caciques y
represores le fue colgada durante toda la campaña proselitista, y el
PRD no se cansó de pronosticar un futuro nefasto para Guerrero de
ganar las elecciones constitucionales Figueroa. Como de hecho pasó.
La
predicción no tardó en hacerse realidad y el futuro los alcanzó
cuando, durante un plantón que encabezó Félix Salgado y cientos de
simpatizantes en rebeldía porque el triunfo de Figueroa habría sido
mediante un fraude, fue acribillado en el zócalo Chilpancingo uno de
los plantonistas, Rogelio Ramírez López, cuando se levantó en la
madrugada para acompañar a una compañera a unos de los mingitorios
improvisados. El presunto asesino fue un hombre que más tarde
confesó que lo mató porque, dijo, había matado a su padre y
violado a su hermana. La versión salió de los separos
de la Procuraduría General de Justicia pero nadie la creyó. Más
bien fue para los perredistas un preludio de muerte en los tres años
que duraría el mandato de Rubén Figueroa, desde 1 abril de 1993 al
12 de marzo de 1996.
FIGUEROA MIRA, SERIO, se pensaría que indiferente, el desarrollo de la
ceremonia del informe del diputado federal del PRI, Fermín
Alvarado Arroyo. No es casual su presencia en el acto en Acapulco. En
1 julio se elegirá al nuevo alcalde del puerto. Fermín es, ha sido,
un hombre muy allegado a él. Y como lo mandan los usos y costumbres
de un priato en su enésimo aire, ochentón pero más vivo que nunca,
Fermín se placeó, hizo informes, pagó planas completas en los
diarios y, por supuesto, se apadrinó de Figueroa para llegar a ser
candidato.
Aún
le quedan colmillos al Tigre.
Y cuando es prudente los muestra. En 2010, en el Distrito Federal,
Figueroa se impuso a todos. A los ex gobernadores René Juárez
Cisneros y Ángel Aguirre Rivero, al alcalde de Chilpancingo Héctor
Astudillo Flores. Supo imponerse y aliarse con la entonces presidenta
del PRI, Beatriz Paredes Rangel. Conoció los tiempos políticos y
supo, también, imponer como candidato a gobernador a Manuel Añorve
Baños, que perdería contra el converso Aguirre en enero de 2011.
Fermín
lo sabía y por eso hizo todos los preparativos para que Figueroa no
faltara en su informe. Se tomó la foto con él. Hizo que le
levantara la mano. Ahí están: Astudillo, Añorve, Fermín eufórico
y, claro, Rubén Figueroa Alcocer. “Fermín es el candidato”,
sería la lectura de la imagen pagada en primeras planas el 25 de
octubre. Como en efecto fue.
Desde
entonces Figueroa regresó por sus fueros y se quedó con ellos.
Figueroa
tratando de imponer a su hijo como candidato al Senado –que no
logró por las meteduras de pata de éste aunque al final lo colocó
como diputado local plurinominal en el tercer sitio–. Figueroa
encabezando una conferencia de prensa con los candidatos a senadores,
Claudia Ruiz Salinas y René Juárez Cisneros y enviados del CEN.
Figueroa en el mitin de campaña de Enrique Peña Nieto en
Chilpancingo, a su lado, muy cerca incluso. Figueroa poniendo
candidatos, manteniendo vigente las carreras políticas de sus más
cercanos; Héctor Vicario Castrejón, el caso más emblemático, que
ha sido diputado local dos veces, senador y ahora candidato —por
segunda vez, la primera vez perdió— a diputado federal, por un
distrito que no es de él.
Figueroa
mandando en el PRI, vía Cuauhtémoc Salgado Romero.
FIGUEROA CRECIÓ CON una canción en la mente. Una canción que fue tan del
gusto de su madre, Lucía Alcocer, como de su padre, Rubén Figueroa
Figueroa: Río Rebelde.
Tiré tu pañuelo
al río / para mirarlo como se hundía. / Era el último recuerdo /
de tu cariño que yo tenía / se fue yendo despacito / como tu amor
pero el río un día... / a la playa al fin me lo volverá / pero yo
sé bien que nunca jamás / podré ser feliz sin tus alegrías. / Te
recordaré en mi soledad / en el nido aquel que quedó sin luz /
cuando comprendí que ya no eras mía.
—Siempre
se la cantaban en los cumpleaños de don Rubén (Figueroa Figueroa o
Figueroa padre, pa no usar “don”) cuando fue gobernador a
mediados de los 70. Aquellos noviembres de su aniversario, hasta la
SEP le organizaba cabalgatas con chicas lívidas de secundaria —dice
Arturo Catalán, veterano periodista, director por más de una década
de El
Diario de Guerrero,
un periódico con 40 años de cercanía al poder.
Y
Rubén Figueroa Alcocer se la quedó para siempre.
—Un
día, comiendo en mi casa, siendo todavía gobernador —sigue
Catalán mientras bebe un té rojo en un cafetín de los suburbios—,
nos confesó que esa canción le recordaba invariablemente a su
padre, que lo hacía llorar. ¡Ah, sí! —dice imprimiendo un
énfasis especial, de sobrada convicción— Figueroa es muy
sentimental, aunque se diga que él mandó matar a los 17 campesinos
de Aguas Blancas.
El
recuerdo es genuino, por supuesto. A su padre le debe lo que es. Fiel
al cachorrismo posrevolucionario, producto de él, Figueroa Figueroa
fogueó a su hijo con los priístas de viejo cuño: Fernando
Gutiérrez Barrios, Carlos Hank González, Luis Echeverría, entre
otros. Le enseñó los códigos de la alta política, las reglas no
escritas, como lo hizo con él, a su vez, su tío por la vía materna, Francisco
Figueroa Mata.
Luego
le heredó un estado. Aunque primero un municipio: Huitzuco. Huitzuco
de los Figueroa, uno de los 81 que tiene Guerrero. Desde este pueblo
de la zona Norte creció la estirpe. Aquí fincó su poder y floreció
su influencia hacia arriba. Hacia Los Pinos. Su tío Jesús Figueroa
Alcocer, por ejemplo, fue cuatro veces presidente municipal, desde
1937 hasta 1969, con algunos periodos de descanso. A los Figueroa les
valió haber peleado a lado de los maderistas.
Primero contra el dictador Porfirio Díaz y luego contra el golpista
Victoriano Huerta; después se sumaron a Venustiano Carranza y
traicionaron, desde luego, a los zapatistas.
Rubén
Figueroa Alcocer heredó también la entidad que su padre gobernó
entre 1975 y 1981, luego de haber sido senador —también heredó su
silla en el Senado— y de haber extinguido a sangre y bala las
guerrillas de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Heredó un emporio de
transportes: la Flecha Roja, ahora convertida en Autotransportes
Estrella Blanca, del que es accionista, y Figuermex, de la que es
dueño y señor y en cuyos tráileres se transportan para su venta 11
mil toneladas de fertilizante al año.
Pero
y, sobre todo, Figueroa heredó de su padre un estilo de hacer
política: del folclorismo como signo, al mátenlos en caliente como
estigma y a la figura totémica como regla. Heredó el mote de represor (hay más de 500 desaparecidos en el periodo de su padre y otro
centenar de perredistas muertos en su gobierno, sin esclarecimiento);
y heredó, también el mito de ser un tigre con las mujeres: El
Tigre de
Huitzuco.
1 comentario:
También heredo lo asesino y estúpido que puede llegar hacer un gobernante
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