Teloloapan, vivir con miedo

|David Espino|

Redada policiaca en las calles de Teloloapan. Foto: Pedro Pardo
El presidente municipal de Teloloapan, Ignacio de Jesús Valladares Salgado, sale de la sala de cabildo, cuya puerta está detrás de su escritorio, como si fuera una puerta de escape. Viene de dar una entrevista con gente de Televisa. “Con Denise Maerker”, me dice, una vez que se sienta y le indico que, por lo que se ve, no sólo tiene mucha gente esperándolo afuera sino mucha prensa también.
—Ya estamos trabajando normal… —suspira— desde el día de antier. Hoy es jueves, ¿verdad? —pregunta a los empleados que están en su despacho—. Sí, desde el martes ya se empezó a trabajar con normalidad.
Cuando dice normalidad, se refiere a que policías federales, estatales y el Ejército desalojaron la carretera que comunica las regiones Norte y Tierra Caliente, la cual ocupó por cinco días Pedro Pablo Urióstegui Salgado, un político que fue alcalde de Teloloapan por allá de los 90s y cuyo hijo, Tomás Urióstegui, fue secuestrado desde mayo del año pasado. Pedro Pablo pidió la intervención del gobierno para buscarlo, pero al no tener respuesta optó por liderar a una centena de hombres, armarse con lo que pudieron y tuvieron a la mano y tomar la carretera.
La Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, una organización indigenista que enarbola las autodefensas en Guerrero desde enero de 2013, encabezada por el na savi Bruno Plácido Valerio, se le acercó a Urióstegui Salgado y abrió la posibilidad de que la reciente irrupción se les adhiriera. El gobierno, que ha tenido diferencias con la UPOEG tanto por su método de usos y costumbres para juzgar a sus detenidos, como por su renuencia a incorporarse al proyecto oficial de la policía rural, prefirió lanzar contra Pedro Pablo una orden de aprehensión por motín, sedición, terrorismo e incitación a la violencia. Desde esa fecha, el 24 de febrero de este año, Pedro Pablo anda prófugo.
Teloloapan es un municipio en el que se ha conjugado convulsión política, violencia, narcotráfico e inseguridad para hacer un coctel que mantiene con un pie en el estribo a sus pobladores. Pedro Pablo, por ejemplo, fue de los primeros alcaldes del PRD en Guerrero y enfrentó con machete en mano al recién llegado gobierno de Rubén Figueroa Alcocer cuando compitió contra Félix Salgado Macedonio, en 1992, aduciendo fraude electoral, pero fue acallado con cárcel, acusado de acopio de armas. Meses después, el mismo Figueroa lo sacó y Pedro Pablo se fue al PRI.
La amapola que acá se siembra es famosa desde ese tiempo y las plantaciones siguen aportando kilos de goma de opio a los cargamentos internacionales de droga que trafican los capos de la mafia, por eso es un sitio de interés para los cárteles. Durante mucho tiempo controlado por El Chapo, le fue arrebatado después por Los Zetas y La Familia Michoacana que luego se convirtieron en Los Caballeros Templarios, cuya presencia prevalece, según informes de la Procuraduría General de la República (PGR), aunque mantiene una fuerte pelea con el cartel de los Guerreros Unidos. La disputa fue sangrienta y cientos de pobladores han tenido que salir de sus pueblos, desplazados por la violencia. Las últimos que salieron fueron unos 200 habitantes de Laguna Seca, a una hora de la cabecera municipal por la carretera que conduce a Apaxtla, y huyeron porque el 15 de enero de 2014 los narcotraficantes ejecutaron a Víctor Mojica Romero, comisario de El Rincón, vecino de Laguna Seca, y a Raúl Guzmán del Pilar. Los asesinaron en la puerta de la comisaría y obligaron a todo el pueblo a ver la ejecución.
Ignacio de Jesús Valladares fue levantado por un grupo de La Familia Michoacana en 2012 y obligado a decir que pondría un jefe policiaco a gusto de ellos. Fue antes de que asumiera como presidente municipal, en septiembre, y dijo que sí. Los narcotraficantes grabaron la conversación en video y la subieron a YouTube. En la grabación de cinco minutos con 40 segundos se oyen las voces de sus captores. El único que aparece a cuadro es el alcalde…
—¿Cómo se llama? —lo interroga una voz, al parecer de quien sostiene la cámara.
—Yo soy... Ignacio de Jesús Valladares Salgado.
—¡Presidente electo de Teloloapan! —completa la voz, golpeada esta vez.
—Presidente electo de Teloloapan —confirma Ignacio de Jesús con la cabeza agachada.
—Ok…
—La razón por la que está aquí —le indican al alcalde que no atina a mirar a su interlocutor— es porque queremos que nos... este, tener al pueblo tranquilo de Teloloapan, y todo eso está en sus manos. Entonces, hoy queremos que se comprometa, con nosotros, a poner... un director como quedamos. Explíqueme cómo quedamos.
Ignacio Valladares se mueve en el reducido espacio de su asiento. Una tenue luz entra del techo y le ilumina parte de la cara. Pudiera ser el quemacocos del vehículo en el que está. Dos bolígrafos resaltan de la bolsa de su camisa.
—Sí... —dice, mirando otra vez hacia abajo— pues yo por mi parte tengo que hacer el compromiso, con ustedes y con toda la ciudadanía, de poner un director de Seguridad Pública —cuando menciona esto regresa a ver hacia atrás, como dirigiéndose a alguien que lo escucha desde el asiento trasero— que sea una persona que sea ajena a los intereses de otras personas, que sea neutral y que se dedique a trabajar, al igual que yo lo pienso hacer, por el beneficio de toda la ciudadanía.
—Ok. Qué… ¿de dónde sería ese director?
—En…
—¿Cuál es la opción?
—En este momento desconozco quién pudiera ser… pero sí hago el compromiso de que voy a buscar una persona que sea ajena a los intereses de cualquier grupo y de cualquier persona... siempre atento a beneficiar y a cuidar la integridad física de los ciudadanos del municipio de Teloloapan.
—¿Usted hace ese compromiso con nosotros?
—Yo hago este compromiso el día de hoy con ustedes. Y sobre todo, hago el compromiso de que así como lo hice como diputado.
—Con nosotros, Familia Michoacana —lo interrumpe una voz que, en efecto, viene de atrás, de una persona que está sentada atrás de él.
—Con ustedes... Familia Michoacana —dice en voz baja Ignacio de Jesús.
—Familia Michoacana —le recalca fuerte el hombre de atrás y casi al mismo tiempo se lo recuerda el hombre que graba.
—¡Nosotros somos de La Familia!
Después de eso el alcalde comenzó a moverse rodeado de guardias bien armados de la Procuraduría General de la República. Eso será porque aunque dijo sí a los narcos, los policías municipales siguieron trabajando normal hasta mayo de 2013, cuando un comando del grupo de narcotraficantes Guerreros Unidos atacó la comandancia y mató a dos municipales, en una de las primeras apariciones de esta célula en Guerrero. El resto renunció y la seguridad del lugar quedó en manos del Ejército y la policía federal.
Con todo, la criminalidad siguió operando en un clima de silencio de todas las autoridades y de miedo de la población, que todavía se guarda antes de la siete de la noche en sus casas y no sale sino hasta entrada la mañana del siguiente día. Luego vino Pedro Pablo con su bloqueo de cinco días a la carretera federal, le desempolvaron una averiguación por homicidio de hace 20 años y terminó huyendo por el monte hasta llegar a Taxco, de donde no se ha vuelto a tener noticias suyas. En Teloloapan, por ejemplo, nadie da razón de él. Ni el tendero ni el taxista y tampoco del alcalde Ignacio de Jesús, quien dice que respeta los motivos que dieron origen a su movimiento, pero que no lo respalda.
—Pedro Pablo es como otros muchos que han sido lacerados por estas circunstancias de inseguridad —me dice el alcalde en la entrevista—. Por mi parte, estoy en la posición de que si no les doy, no les voy a quitar. Pero eso sí, que cada quien actúe bajo su propia responsabilidad.
—¿A qué se refiere con la expresión de que si no les da tampoco les va a quitar? —le pregunto.
—Cuando dicen ellos “vamos a crear policías comunitarias y de autodefensas”, yo he sido insistente en que si alguien quiere participar en eso o en enarbolar una bandera de esas, que sea bajo su propia responsabilidad. Vamos a luchar en lo que sea posible para pedirle a las autoridades competentes que nos ayuden a resolver esos conflictos de inseguridad, porque de alguna manera, la creación de policías comunitarias y autodefensa generan actos violentos, como estos actos que acabamos de vivir y el bloqueo carretero.
—Hay una percepción, hacía afuera, de una inseguridad muy marcada en Teloloapan, ¿es correcta esa idea? —vuelvo a preguntar.
—Y los mismos pobladores la tienen. A muy temprana hora la gente se mete a sus casas, tan pronto el sol se está ocultando ya no hay nadie en las calles y no sale, si acaso encontramos a una que otra persona a eso de las ocho de la noche, pero son desbalagados. Los comercios también cierran muy temprano, lo que antes era una verbena por las noches en los lugares donde se vendía alimentos ha dejado de serlo. Este problema nos ha pegado duro en la economía. El transporte deja de circular, pero todo eso pasa por cuestiones muy propias de cada uno.
—Incluso ahora las calles fuera del primer cuadro del poblado están solas.
—Sí —interrumpe—, incluso yo percibo que se respira un aire de temor.
Tiene razón. Desde la entrada, Teloloapan se ve solitario. En la central de autobuses, apenas un taxista oferta su servicio a los pocos que llegamos, pero a todos, a excepción mía, que fui tras el rastro de Pedro Pablo, fueron a recogerlos. La obra de un bulevar acentúa el aspecto de desolación que da la pequeña ciudad a primera vista. Hay pocos comercios abiertos y si hay alguien que los atiende no se alcanza a mirar desde lejos. En el recorrido rumbo al ayuntamiento, a donde me dirijo para entrevistar al presidente municipal sombre los últimos acontecimientos, platico con un taxista (el único que querrá hablar del asunto, además del alcalde, durante todo el día) que al final se anima a llevarme al centro.
—Oiga, ¿y qué me cuenta de Pedro Pablo?, se sabe si sigue aquí —le pregunto después de unos metros de viaje.
El conductor me ve de perfil, como ven los pájaros. Ya le había dicho quién era y qué hacía en el lugar. Ya me había platicado que cuando se armó la autodefensa durante esos cinco días muchos transportistas cooperaron, unos convencidos y otros obligados. Él, dijo, lo hizo obligado. “No nos dejaban de otra, se subían y nos decían llévanos a tal lugar, y ni modo de decirles que no. Pero la cosa ya está mejor y esperemos que la cosa vuelva a estar como antes”. Por eso cuando le pregunto por Pedro Pablo me mira de reojo y tras guardar un brevísimo silencio responde.
—¡Sepa Dios! Unos dicen que se fue, que se peló; otros que sigue aquí…
—¿Pero usted qué cree?
—¿Yo? Que se peló.
Conforme pasamos las calles solas, algunas empedradas y casi todas en pendiente, hay más gente en las calles, pero eso es porque vamos llegando al centro de la ciudad.
—Listo —me dice—, aquí está el ayuntamiento.
No había necesidad de que me lo dijera. Afuera estaban estacionadas tres camionetas con el logotipo de la PGR. Entonces supe que el alcalde estaba en el lugar. Desde la sala de espera se contempla el zócalo; hay una fuente con un chorro grande que salpica a la gente que se sienta a su alrededor. Corre aire fresco por la ventana abierta. Más tarde los estudiantes de secundaria llegarán y ocuparán las sillas metálicas bajo los arbustos, llenarán el único comercio de videojuegos y se tropezarán con un carro de perifoneo que anunciará el jueves pozolero. Pero será pasadas las 12 del día. Más tarde aún, a eso de las 5:30, cuando casi se me oscurezca buscando quién me diera razón de Pedro Pablo y de su casa, y nadie quiera hablar de él todo quedará solo, como si fueran las 12 de la noche y tendré problemas para hallar un taxi que me lleve de regreso a la central de autobuses.
—Esa expresión que encabezó Pedro Pablo Urióstegui Salgado no es nueva en Teloloapan, ya había habido otros intentos de autodefensa, ¿no? Como el caso de Tlajocotla —sugiero al alcalde una vez que logré entrar a su privado, y luego de una breve espera en lo que lo que atendía a la gente de Denise Maerker.
—No, no había habido en lo que llevamos de administración, casi año y medio. ¡Ah sí!… hubo unos que llegaron aquí, pero no venían en ese plan, venían exigiendo fertilizante. Y esta gente de ahora hablaba de una policía comunitaria, de autodefensa.
Lo mismo ocurrió en mayo de 2013, por más que el presidente diga que no se acuerda. Explotó cuando grupos antagónicos del narco se enfrentaron en una intersección de tres comunidades: Tlajocotla, Oxtotitlán y Tlanipatlán. El enfrentamiento dejó cuatro hombres muertos que luego fueron hallados calcinados adentro de una camioneta. Eso ocurrió en la madrugada, a las 5:30 según la información de pobladores que oyeron los disparos y que más tarde se asomaron para ver qué había pasado. Horas después, a las 11AM, cinco vecinos del Rincón del Fresno fueron secuestrados, torturados y asesinados a balazos. Algunos estaban desmembrados y uno degollado. El acontecimiento provocó que el 18 de mayo unos 80 vecinos se armaran con sus rifles de caza y machetes e hicieran recorridos por el camino de 20 kilómetros que conduce hacia la cabecera municipal.
Mientras se desarrolla la entrevista, el teléfono celular del alcalde suena. Sin dejar de hablar, se lo pasa a su secretaria.
—Por favor —le dice.
La secretaria responde. La oficina queda en silencio mientras ella atiende la llamada.
—Es el alcalde de Huitzuco —dice ella en voz baja y le pasa el celular al alcalde.
La conversación con Norberto Figueroa Almazo no dura más de dos minutos. Por lo que se entiende, le habló para invitarlo a una celebración en su municipio. Ignacio de Jesús trata de escabullirse, esgrime que por el bloqueo tuvieron un atraso involuntario de cinco días de trabajo en el ayuntamiento. Al parecer, Norberto insiste.
—Voy a hacer todo lo posible por estar allí. ¿A qué hora va a hacer eso? …Y después, el desfile. Y terminando el desfile, ¿qué hay? ¡Ah!, perfecto. Yo voy a buscar darme un campito. Sí, sí, hermano, que estés bien. Sí, adiós.
Termina la plática y le regresa el celular a su secretaria.
—El presidente municipal de Huitzuco. ¡Ellos con sus fiestas! —me dice.
—¿Cuál es la postura del ayuntamiento en los casos de las autodefensas? —le pregunto.
—Considero que debemos transitar por la vía pacífica, a través del diálogo y la concertación; tenemos que transitar a través del marco de la ley, por ello, yo le estoy pidiendo a las autoridades competentes que vengan a ayudarnos, para que podamos mantener la tranquilidad y la paz social.
Teloloapan tiene 190 comunidades y colinda con nueve municipios de Guerrero, además con el Estado de México; es de los cinco municipios más grandes del estado. Su comunidad más alejada queda a tres horas de la cabecera municipal por una orografía accidentada. Por eso, el presidente justifica que ni la Marina ni el Ejército puedan brindar seguridad en todo su municipio.
—Difícilmente la Marina y el Ejército —dice— van a poder otorgar seguridad a todas las comunidades, por la geografía y la distancia en la que están. Somos un promedio de 60 mil habitantes. Ni el programa Guerrero Seguro es suficiente dado a las dimensiones geográficas que tenemos. Lo más adecuado que vemos para combatir la inseguridad es la obra pública y la obra social y estamos abocados a eso.
Jesús Valladares acepta que jamás pensó en una situación así cuando se postuló como candidato. Dice que pese a todo, pese a ser “rehenes de la circunstancias”, hace “un esfuerzo para cumplir”.
—Vamos a los pueblos, el más lejano está a tres horas, tres horas y media, pero vamos siempre acompañados del Ejército. Es una caravana en la que, prácticamente, trasladamos el ayuntamiento a esas zonas.
Esto la gente no lo ve del todo bien. Primero —dice— se mostró temerosa por los escoltas.
—Pero a estas alturas ya se acostumbraron —asegura—. Muchos lo ven bien; hay quienes no. Debo de reconocer que dicen: “Sí, qué bonito, el municipio está inseguro, pero el alcalde tiene elementos de la PGR”.
—¿Y usted qué responde?
—Que desconocen lo que ellos mismos me confirieron en esta responsabilidad, que me obliga a trabajar de esta manera. No estamos en un lecho de rosas.
Luego le pregunto si siempre ha estado en Teloloapan, después de que la célula de La Familia Michoanaca lo levantó. Dice que sí, aunque su familia se fue del municipio tan pronto pudo. Del futuro no quiere saber mucho porque ahora sabe que es incierto. “No sabemos lo que pueda pasar mañana, aunque tengo fe en que las cosas se van a mejorar. No hay mal que dure cien años ni enfermo que los aguante. Vamos a esperar qué música nos ponen para ver si podemos bailarla”, afirma.
Hasta hace un par de años la ciudad tenía tres discotecas que funcionaban jueves, viernes y sábado, pero tuvieron que cerrar. Y los jueves llovían pozole y mezcal, como casi en todas la regiones Centro, Norte y Montaña del estado.
—Y de repente van, pero en cuanto empieza a oscurecer cada quien corre para sus casas. O era común que después de un partido de futbol la gente se quedaba a convivir; todo eso se ha roto, se ha acabado. Yo tengo fe en que esto vuelva a ser así.
—Pero, oiga, también ustedes son autoridad, no todo se puede quedar en un asunto de fe.
—Sí, creo que cuando la gente piensa que somos corresponsables yo digo que sí, pero además me parece que entre todo lo demás somos títeres del destino. Así, títeres del destino, chinga’o.
“Solamente el frijol que está dentro de la olla sabe cómo está de caliente el agua”, me dice casi al término de la entrevista.
—¿Y no teme que lo vinculen con algún grupo criminal?
—De hecho nos están vinculando.
—¿Lo dice por lo que dijo el vocero del gobierno del estado, José Villanueva Manzanares?
—Ojalá que nos investiguen y digan “aquí se requiere reforzar la seguridad”, hijuela chingada —dice y da un golpe en el escritorio—. Estamos dispuestos a someternos a las investigaciones que ellos quieran.
Cuando decía esto, sonó otra vez su teléfono. Su asiste respondió: “A la orden”, escuchó a su interlocutor y volteó a ver de inmediato a Ignacio de Jesús, que estaba a la lado.
—Es de la PGR —le dijo y le pasó el teléfono.

La entrevista terminó.

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