Chilpancingo, inseguridad y miedo...


|David Espino|

Los becarios
Serían las 3:00, o quizá las 2:00, de la tarde. El sol reverberaba. Bajo la delgada sombra de una marquesina unas 20 personas se apretujan en espera de un lugar para entrar al cajero de Banorte, en la esquina de las calles Morelos y Teófilo Olea y Leyva, en el antiguo Cine Guerrero, en el centro de la ciudad. Quienes estaban ahí dieron constancia de esto, y de lo que pasó después. Algo que recordarán por mucho tiempo.
La mayoría de quienes hacían fila eran chicos universitarios aún con uniforme. Era un viernes 7 de marzo y era extraño ver a tantos haciendo fila en un cajero; es decir, no era extraño ver a tanta gente en el segundo de dos cajeros de Banorte en esta parte de la ciudad, sino ver a tanto estudiante en un sólo día, en una misma hora y en el mismo banco haciendo fila para retirar dinero. Al poco rato se supo por las pláticas de la fila que iban a cobrar una beca.
La plaza donde está el cajero y donde antes estaba el Cine Guerrero, es un establecimiento amplio con muchos comercios de todo tipo, desde estéticas, tiendas de regalos hasta un local de esoterismo y el banco, desde luego. También tiene tres accesos, dos por los costados y uno por la parte de atrás que hace esquina con Morelos y Teófilo Olea y Leyva, la parte exacta donde está el cajero con muchos chicos. Adentro de la plaza hay otro cajero que estaba también repleto de muchachos.
La fecha es importante recordarla: 7 de marzo de 2014. En Chilpancingo ocurrían situaciones no digo que poco comunes, porque la delincuencia y la violencia a estas alturas es un lugar común en las grandes ciudades, y en Chilpancingo ya hemos tenido de todo: destazados, decapitados, carbonizados, encajuelados, desollados, levantados, ejecutados… De todo, digo. Pero este mes fue especial. Especial porque la Policía Federal había tomado el control de la seguridad pública y porque los policías municipales, a quienes se les acusó de estar al servicio del cártel local, Los Rojos, estaban encuartelados.
Un par de cosas más pasaron antes.

La autodefensa
El 24 de enero los periódicos locales dieron cuenta de la entrada de un millar de efectivos de la autodefensa, liderada por Bruno Plácido Valerio, al municipio de Chilpancingo de los Bravo. Entraron como suelen entrar a los lugares en los que tienen dominio: echando balazos y aprehendiendo a quienes, según los pobladores, trabajan para los narcos de la zona. Los empresarios de la cabecera, Chilpancingo, vieron con simpatía la incursión armada y de inmediato tomaron parte.
El dirigente de la Coparmex, Jaime Nava Romero, ya había entablado relaciones con Bruno meses atrás, de modo que no desconocía la estrategia de la autodefensa, y hasta en algún momento se buscó que entrara a la mismísima capital. El líder de la Canaco, Pioquinto Damián Huato, que había denunciado que el alcalde Mario Moreno Arcos tendría nexos con los narcos y que mediante el comercio informal lo respaldaba, también simpatizó con la autodefensa.
La incursión calló al presidente municipal que aseguraba y aseguraba que en Chilpancingo todo era paz y trabajo, y la adhesión de la clase empresarial lo puso en jaque, sobre todo porque desde que asumió como alcalde se ha dedicado a promover su imagen en el estado para ganar la candidatura del PRI a la gubernatura en 2015.
Pero la campaña prematura de Mario Moreno no es lo segundo que pasó de especial aquí. Lo segundo que pasó fue el atentado contra Pioquinto Damián Huato el 28 de enero, cinco días después de la incursión de la autodefensa al municipio.
Pioquinto venía con su nuera, su hijo y una socia de la Canaco de El Ocotito, donde asistió como invitado a una reunión con pobladores que respaldaban el movimiento armado. También asistió Mario Moreno. En la reunión, Pioquinto no dudó en enfrentar al alcalde y lo acusó, allí, frente a la gente, de ser un delincuente, y de trabajar para el narco. De regreso, cuando iba entrando a la ciudad, con su hijo al volante, cuatro camionetas se le emparejaron y le dispararon más de 120 tiros de AK-47, dos de los cuales le dieron a su nuera y la mataron y uno más hirió a su hijo.
Pioquinto ya no está en el país; tampoco sus hijos ni sus nietos, y lo que contó lo contó en su departamento del Centro de la ciudad, resguardado por un enjambre de policías del estado, días antes de partir. Esto fue lo que dijo:

Pioquinto
“Fueron cuatro camionetas… mira, primero nos tiraron del lado izquierdo, del lado del chofer, pero mi’jo que venía manejando, le echó el carro y neutralizó ese carril. Entonces, se nos emparejaron por el lado derecho y empezaron a disparar. Nos detuvimos y todavía se bajaron dos tipos y nos empezaron a rafaguear. Fueron más de 120 disparos ¡pom, pom, pom, pom! que le dispararon a mi nuera pensando que era yo… y sólo dos le dieron, uno en la pierna y otro a un costado, que fue el que la mató”.
—Y usted ¿qué hizo en ese momento?
—Me tiré. Yo iba en medio, con mi mujer al lado y otra amiga que iba del lado de copiloto gritando “¡Dios bendito!, ¡Dios padre! ¡Dios hijo!”. Le grité a mi mujer “¡tírate, agáchate!” Mi amiga se me aventó encima para protegerme con su cuerpo. Claro en caso de que le hubieran dado la atraviesan y me pasan a dar a mí.
—Entonces, ¿usted cómo escapa?
—Nosotros… mi mujer le gritaba a mi’jo: “!Avanza, Walter, avanza¡”. Pero Walter tuvo el tino de bajar, de bajarse, y esconderse entre los carros. Recibimos tres ataques: del lado izquierdo, de la parte de atrás y luego por el lado derecho. Ahí es donde mi mujer gritaba: “!Avanza, Walter, avanza¡”, y luego tuvo el aplomo de buscar su teléfono y le habló al Ejército, mandó mensajes a los periodistas: “¡Nos están atacando!, ¡Nos están atacando!”. Luego, cuando llego a las instalaciones del Ejército ya me estaban esperando.

La Federal y los borrachitos
El atentado contra Pioquinto apresuró la incursión de la Policía Federal a Chilpancingo. El anuncio lo hizo el alcalde en persona y en el lugar estuvo Jaime Nava Romero, que llegó en una camioneta blindada otorgada por el gobierno del estado, gracias a unas medidas cautelares ordenadas desde la CNDH, tras el intento de matar al líder de la Canaco. Fue el 1 de marzo cuando llegó un primer convoy de 300 agentes federales para ocupar las calles de Chilpancingo. “Los federales —dijo el alcalde en una conferencia de prensa dada ese mismo día— se encargarán ahora de detener a los borrachitos que incurran en algún delito”.
El gobierno del estado dispuso también 500 agentes estatales para, como informó Mario Moreno, atrapar ebrios en la capital. Seguro que eso los mantuvo muy ocupados, porque mientras había menos borrachitos meando en las calles, la delincuencia común creció de manera exponencial. Para el 27 de marzo, por ejemplo, casi un mes después de la entrada de los 800 agentes estatales y federales, hubo 11 asaltos a negocios del centro de la cuidad y a transeúntes.
Sólo ese día, el 27 de marzo, hubo tres robos. A la 1:00 de la tarde dos hombres armados entraron a una farmacia de la calle Moisés Guevara esquina con Benito Juárez, en el centro de la ciudad, para robar dinero y tarjetas de créditos de los clientes que estaban en el lugar. Una hora después, tres hombres más bajaron de un vehículo y entraron a la veterinaria Mundo Animal, cercana al panteón central también en el centro, donde robaron dinero en efectivo. Luego, a las 3:30 de la tarde, un joven armado se metió al Instituto Guerrerense para la Atención de Personas Adultas Mayores, cercano al zócalo, y robó un bolso con 6 mil pesos y tarjetas de crédito a una señora que hacía un trámite en las oficinas de gobierno.
Otros seis asaltos a mano armada ocurrieron tres días antes, el lunes 24. El primero fue en una tienda de regalos en la calle 5 de Mayo, entre Hidalgo y Corregidora, en el centro; el segundo en la tienda CompuCity, en la avenida Juárez esquina con Quintana Roo y los otros fueron contra transeúntes que salían de cajeros automáticos.
Dos días después, el miércoles 26, ocurrió un asalto más en la tienda de autoservicio Súper, que está en la calle 16 de Septiembre, cerca de la Plaza Cívica Primer Congreso de Anáhuac y del edificio Juan Álvarez, donde están las oficinas de la Secretaría de Finanzas del gobierno del estado. Al lugar entraron tres asaltantes armados y se llevaron 10 mil pesos, un celular Black Berry y tarjetas de crédito de los trabajadores.
Los robos a casas habitación también aumentaron y los colonos se organizaron para salir por las noches a vigilar las calles, en vista de que los policías municipales no estaban patrullando. Para el 10 de abril, en la colonia Río Azul, donde por cierto tiene una casa el alcalde Mario Moreno, habían ocurrido 19 asaltos a casas y se habían robado nueve vehículos de las calles. En esa misma colonia ocurrió algo que terminó de animar a la gente a vigilar ellos mismos. Una noche, después de que los asaltantes se metieron a una casa de donde robaron dinero y joyas, desnudaron a la señora de la casa y la dejaron en la calle.
Ese 10 de abril que contaron estos acontecimientos, unos 34 hombres andaban en las calles con palos, machetes y bates para vigilar ellos mismos sus avenidas. En los días siguientes  hicieron lo mismo los habitantes de las colonia Margarita Viguri Viguri, Indeco, Emperador Cuauhtémoc, los Sauces y la CNOP.

El levantado
Los chicos del cajero de Banorte conversaban entre risas. Muchas chicas comían paletas de hielo para mitigar los 32 grados. Una pareja de estudiantes se besaba para ganar tiempo y vencer el tedio y la espera. Otro escuchaba música con sus audífonos en su iPhone. Él fue el que único no se enteró qué pasaba hasta que se supo solo.
Un vehículo derrapó en la esquina, mero donde estaba la fila. Era un Tsuru blanco del que bajaron cinco hombres armados. Avanzaron hacia dos chicos que estaban del otro lado del cajero, sentados afuera de una tienda de ropa. Los sometieron a golpes, uno trató de huir, pero otros dos hombres lo alcanzaron. Los patearon, sacaron sus armas, pistolas escuadras, y a cachazos y mentadas de madre e hijos de la verga los metieron al automóvil. Dos de los armados no cupieron en el vehículo en el que llegaron y corrieron hacia la calle Francisco I Madero.
Terminó todo.
Mientras el episodio ocurría las jóvenes tiraron sus paletas y se metieron corriendo a la plaza, entre gritos. La chica que se besaba con su novio lo jaló también hacia dentro y uno más se quedó pasmado, junto con el que oía música en su iPhone, que fue quien vio todo y fue quien me lo contó días después, aún espantado.
—Mejor vámonos, venimos otro día —dice que la chica del novio le dijo a éste. Y se fueron.
Las demás muchachas ya ni regresaron. Él y otro más se animaron a quedarse, más el que ya estaba dentro del cajero que no hizo sino agacharse cuando se percató de lo que ocurría afuera.
—Eran las 3:00 de la tarde, o quizás las 2:00, no lo recuerdo bien, lo que recuerdo bien y no se me va a olvidar es cómo en medio de tanta gente, a plena luz del día cinco hombres, más el que conducía el carro, levantaron con tanta frialdad a dos chavos de los que nada se ha sabido.

Un funcionario anónimo
Una semana después visité a un funcionario de gobierno. Le dije de qué hablaríamos y me pidió no revelar su nombre. Sólo le hice una pregunta: que si él sabía si la Policía Ministerial —de la que no se sabía si estaba operando además de los efectivos estatales y federales— estaban haciendo algún tipo de labor vestidos de civil en la ciudad. Me contestó que no, que hasta donde él tenía conocimiento no era así. Preguntó a qué se debía la pregunta. Entonces le conté el episodio del cajero de Banorte, y él mismo se mostró sorprendido por lo que se supone no debía ocurrir tras el despliegue de los 800 efectivos que con tanta prensa y tanta inserción pagada anunció el gobierno municipal y estatal.

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