El Capulín, la lucha eterna por la tierra

David Espino/El Capulín, Tlacoapa, Guerrero, México
A la orilla de la carretera tres niños desnutridos gritan a toda garganta la venta de memelas de frijol; son pequeños, tal vez seis u ocho años, y son indígenas. Unos 100 metros antes, un autobús de “Vamos México” yace estacionado en el patio de una escuela. Por su aspecto luce abandonado. Contrasta esta realidad con la que vive la primera dama en Los Pinos, inventora de dicho programa.
Por la ventana de la camioneta del servicio público, pasan fugaces las imágenes de mujeres que venden tamales y de más niños que levantan las manos ofreciendo a quien sea flores silvestres. Pasan como una fantasía pueblos recónditos colonizados por The Coca-Cola Company, y campamentos militares haciendo como que cuidan a la población cuando realmente la vigila.
Son los escenarios pasajeros de una carretera federal abandonada, despedazada en tiempo de lluvias, cuyos linderos se confunden en más de las veces con los cerros derrumbados a la mitad del asfalto y con los deslaves que conducen a los voladeros profundos.
Una vía tortuosa —infestada de baches— para propios y extraños que a la larga, conforme pasan las horas, se convierte en un camino de terracería que conduce, primero, a un crucero solitario que indica hacia dónde queda El Capulín pero que no lleva a este pueblo, sino que, más bien, siguiendo su trayecto normal conduce a Tlacoapa, la cabecera municipal habitada por indígenas tlapanecos y enclavada en lo más profundo de la región de la Montaña de Guerrero. A más de siete horas de Chilpancingo.
Y aunque el lugar es uno de los 13 “focos amarillos” en materia de conflictos agrarios que están latentes en la entidad, según la Secretaría de la Reforma Agraria, aquí la vida marcha en aparente calma. El mercadito funciona normal y los adolescentes juegan pelota con el atardecer en las canchas del centro del poblado.
Es más, hasta tienen ayuntamiento nuevo, un edificiote amarillo —la obra colosal del flamante gobierno perredista— aún sin ocupar que contrasta con la pobreza marcada de las casas y de las calles sin nomenclatura. A la orilla de una de éstas se luce como monumento un trascabo envejido y oxidado. Allí quedó, nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo, pero es fiel ejemplo del abandono en que se encuentra este pueblo.
Y sin embargo, todos están concientes del problema que se vive. En el mercado con sólo tres fondas de comida rústica, la indígena que nos atiende pregunta en un castellano accidentado de dónde venimos, quiénes somos, nos identificamos y no se sorprende. “Ah, vienen a ver lo del problema de El Capulín”. Y nosotros asentimos con la cabeza. “Está difícil”. Añade y sigue echando tortillas.
En efecto, para la mayoría de los pobladores, al menos para quienes ya tienen más conciencia del entorno en que viven, el conflicto que tienen con los habitantes de Moyotepec es un foco rojo y así nos lo hacen saber cuando preguntamos a la gente que de vez en vez nos encontramos en las callejuelas.
Incluso en entrevista, el comisariado ejidal presidido por el profesor Ismael Galeana Sixto, hace patente su preocupación por lo que pudiera pasar si es que las autoridades agrarias no hacen nada por resolverlo, o si le siguen dando largas como hasta ahora.
Hay en el ambiente, entre el caserío con olor a adobe y a humo, una especie de confabulación. Los habitantes de este pueblo están concientes en qué podría derivar el problema para solucionarlo a su manera, “y si no, aunque sea pa’ empeorarlo”, dice el profesor Ponciano Idelfonso Espinosa y añade: “Yo he estado en reuniones con el comisariado ejidal; allí los ánimos se calientan, la gente quiere levantarse, los que tienen armas dicen que hay que responder de la misma forma con la que agreden los del Moyo (Moyotepec)”.
Entrevistado en su casa, el profesor Ponciano, un indígena tlapaneco de 65 años, es una autoridad moral aquí. Conoce como la palma de su mano la Montaña que recorrió infinidad de veces a pie en sus 40 años de peregrinar en el magisterio bilingüe. Pero sobre todo, conoce como piensa su gente. “Yo trato de calmarlos, les digo: ‘no señores eso del ojo por ojo y diente por diente no está bien, piensen en los niños que se van a quedar sin padre’”. Pero luego concede: “Quién sabe en qué vaya a terminar todo esto”.
El Capulín
Esta no es la crónica de un conflicto agrario, soslayado por el gobierno del estado y por el gobierno federal —el primero por deslinde y el segundo nada más porque lo minimiza—, sino del pueblo que lo padece, de la gente que ha vivido todo este año en la zozobra y que terminó en una encrucijada: iniciar un éxodo sin destino, en busca de una nueva tierra prometida o emprender la resistencia en defensa de esta que consideran suyas.
Es la historia de hombres que han dejado de ir al campo por temor a que en su ausencia regresen sus agresores, maltraten a sus mujeres y a sus hijos y destruyan sus sembradíos; de mujeres que despojadas de sus casas han dejado sus actividades cotidianas y de niños que por ahora ya no van a la escuela.
El Capulín —aún más refundido en las montañas de Guerrero, a una hora y media de Tlacoapa en camioneta y a tres caminando— no existiera en las páginas de los diarios ni en la agenda nacional si es que hace poco más de un año los habitantes del poblado con el que comparten linderos, Moyotepec, no hubieran iniciado la ofensiva. Si no se hubieran metido a las casas más de una vez con arma en mano para hacer destrozos, incluso con la dignidad de las mujeres, a quienes “manosean”.
“Queremos libertad, otra vez estar tranquilos. Vivir en paz con nuestros hijos, con nuestras familias. Que sepa eso el gobierno nacional”, salta la voz de un campesino de entre la veintena que nos acompaña en un recorrido por el pequeño poblado de veredas y caminos de herradura. Todos piensan igual.
Aquí se respira tan denso que aun el aire puede tocarse. El ambiente se siente enrarecido porque ahora semeja un pueblo fantasma. Sólo los policías destacamentados deambulan por un pequeño perímetro para resguardar la integridad física de los que se han quedado, pero que no fueron garantía para que no se hicieran los destrozos.
Pareciera haber un toque de queda. Un pueblecito en ruinas de guerra por donde pasaron tanquetas y lo bombardearon casi todo; pero no, fueron sus mismos vecinos, al menos 100 indígenas del poblado de Moyotepec. Por la calle principal, polvosa, ya no camina nadie, está totalmente sola, sólo un burro pasta, pero parece extraviado.
El Capulín es un caserío que parece una colonia urbana de los cinturones de miseria de las grandes urbes; pero más pobre, en el extremo pues, y todavía se le suma un conflicto agrario que ya expulsó a casi todos los pobladores y que promete empeorarse, si es que éstos se deciden a regresar y defender lo que consideran suyo.
Hasta antes del sábado 5 de noviembre vivían aquí unas 70 familias en casas de adobe y bajareque, la mayoría; con techo de lámina de asbesto o de cartón y pisos de tierra, dispersas y sin ninguna simetría. Alrededor de 400 habitantes en total, según las autoridades comunitarias.
Los mismos que, pese al terror infundido por sus vecinos de Moyotepec, se negaban a desplazarse porque aquí han nacido todos, aquí han enterrado a sus muertos y porque para ellos la tierra representa la vida y están dispuestos a defenderla, incluso, a costa de ésta.
Toda actividad económica, la poquísima que hay, ahora está paralizada. La única tiendita que expende productos básicos como arroz, azúcar y frijol está cerrada, semidestruida por los motivos conocidos.
Los señores y los jóvenes no han ido a sus sembradíos de hortalizas y de maíz que cosechan para autoconsumo desde hace como 15 días, ni a sus trabajos como peones en los huertos de otros pueblos colindantes. De manera que han dejado de percibir los 150 ó 200 pesos a la semana que ganan alquilándose. Es decir, por ahora tampoco tienen para comer.
Y allí no acaba la cosa. ¡Vamos!, ni el agua está fluyendo en sus casas porque durante las pasadas agresiones también cortaron las mangueras que conectadas a los manantiales cerros arriba, les suministra el líquido.
La tierra es de quien la trabaja
Ciertamente el conflicto es complejo, de fondo. En realidad la pelea no es por 456 hectáreas de tierra de labranza, como se ha estado manejando, sino por un territorio mucho más amplio: mil 800 hectárea de abundantes árboles de encino y pino, y de arroyos caudalosos para la siembra de riego. Oro molido para los líderes del otro pueblo que azuzan la invasión y el encono.
Es un conflicto que data desde 1883 y que está originado por la ambigüedad de un plano territorial elaborado en el escritorio y no en el campo. Los linderos se hicieron con puros cálculos pero sin ninguna medición exacta.
Así que ahora —a 122 años de distancia— a los habitantes de Moyotepec se les ocurrió alegar la titularidad histórica de estas tierras —incluso dicen tener títulos de propiedad— y han expulsado a los de El Capulín sembrando el terror para que se vayan a vivir a tierras de Tlacoapa, sólo que éstos han sido quienes durante más de un siglo la han trabajado, y por acá la tierra es pues, de quien la trabaja.
—¿Y las autoridades agrarias qué postura han asumido? —Se le inquiere al presidente del Comisariado Ejidal, Ismael Galeana Sixto, entrevistado antes de los disturbios del sábado pasado.
—Nosotros vemos como que le están dando más el lugar a ellos (los de Moyotepec) que a nosotros. A lo mejor por eso, en las audiencias que hemos tenido no más nos han dado largas, ni se cumplen los acuerdos firmados en las minutas.
—¿Y la Procuraduría Agraria qué papel a jugado?
—Hemos levantado un juicio de inconformidad ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación desde hace un año, contra el plano inexacto de los linderos de las tierras y que al parecer quiere avalar la Procuraduría Agraria.
—¿Y ese asunto cómo va?
—Están investigando. Sabemos que están pidiendo expedientes a la Presidencia de la República, a la Procuraduría Agraria, a la Reforma Agraria y al Registro Agrario Nacional.
—¿Y desde cuándo se ha agudizando el problema?
—En febrero de este año secuestraron a 11 de nuestros hombres, y el 6 de agosto detuvieron a otros tres, en ambos casos tuvo que intervenir el Ministerio Público para que los liberaran. También el 7 de septiembre quemaron dos casas y destruyeron una; cortaron alambres de púas, se robaron varios metros de malla ciclónica y papas de una hortaliza. Así que nosotros hemos aguantado. Le estamos dando oportunidad a las autoridades para que actúen. Estamos en espera.
—Oiga, pero para el secretario de la Reforma Agraria Florencio Salazar Adame, el asunto está sólo en focos amarillos.
—Bueno, detrás del escritorio las cosas se ven diferentes. Para nosotros que estamos padeciendo directamente el problema, el asunto está en focos rojos.
—¿Entonces, en caso de agotar todas las instancias, hay riesgo de un enfrentamiento?
—De que hay riesgo, hay riesgo. La gente luego como que nos rebasa y nosotros tenemos que convencerlos de que no es la vía. La gente quiere levantarse.
—¿Están organizándose de otro modo, han contemplado una salida más radical al conflicto, armándose por ejemplo?
—Sí, de algún modo. —Contesta vacilante, incluso más despacio ante la grabadora. —Pero nosotros les decimos que aguanten, para poder resolver el problema de forma conciliatoria.
—¿Y la paciencia hasta cuándo les va a durar?
—Vamos a tratar de mantenernos hasta ver la respuesta de las autoridades. Lo que no queremos es hacer justicia con nuestras propias manos. Porque de poder, podemos.

4 comentarios:

OSCAR dijo...

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Saludos.

Anónimo dijo...

QUE NO SE HAGAN LOS DE TLACUAPAS VICTIMAS POR ELLOS BIEN SABE QUE TIENEN LA CULPA DE TODO ESTO POR QUE SIEPRE LE DAN PRIORIDAD A ELLOS SEÑORES NO NOS HAGAMOS DE LA VISTA GORDA EN TLACUAPA ESTE UNA CASA DONDE SE GUARDAN AK-47 Y ERE QUINCE SI EL MISMO PRESIDENTE DE ESE PUEBLO LOS APOYAS PARA COMPRAR ARMAMENTOS TODO EL PRESUPUESTO QUE LE LLEGAN AL MUNICIPIO LO ESTAN INVERTIENDO PARA COMPRAR ARMAMENTO ESO SE DICE DE DECIR QUE SON VICTIMAS? EL PUEBLO DE MOYOTEPEC NO TIENE NADA QUE VER ELLOS NO MAS SE DEFIENDE CUANDO ELLOS EMPIEZAN LOS DE PFP NO SIRVEN PARA NADA

Anónimo dijo...

Soy un joven del municipio de Tlacoapa, Gro. y la verdad me da tristeza encontrar comentarios como el de este joven supongo yo ya que como bien sabemos los que dominamos un poco la tecnolgia de nuestro tiempo son los jovenes, en lugar de fomentar mas el odio entre nosotros los indigenas deberiamos de luchar por que nuestro pueblos indigenas tengan un mayor desarrollo, nosotros los jovenes deberiamos de dar las muestras de las soluciones para ese conflicto por que desafortunadamente todos como seres humanos a veces la ira se antepone nuestra razon, invito a los jovenes de Moyo a analizar de verdad el fondo del problema y que estos conflictos se puedan resolver de manera pacifica, por que ambos pueblos somo un Pueblo Indigena y todos los pueblos originarios deberiamo de mantener la unidad y no estar dividos para seguir estando sumidos en una pobreza extrema por parte nuestros gobernantes y es importante no esperar de ellos sino impulsar nosotros por diversos mecanismo este desarrollo.....

Anónimo dijo...

o.v.