Ley marcial... La tortura de un militar acusado de tener nexos con la guerrilla


©David Espino
La entrevista con el general


Cuando Onésimo Espinobarros Bonilla recibió la orden de su comandante Juan Baranda Rivera, jefe del 93 batallón de infantería, para que se trasladara a Chilpancingo y se presentara ante el jefe militar del 35 batallón, nunca imaginó lo que le esperaba; quizá por eso obedeció puntualmente las órdenes de su superior.
Tomó el primer autobús que salía de Tlapa a la capital del estado y tan pronto llegó —una tarde malva del 28 de julio— se trasladó a la 35 zona militar donde en efecto lo esperaban. Sin embargo, no fue sino hasta cuatro horas más tarde cuando el comandante lo recibió. Eran las 6 y el cielo ya lucía un gris oscuro.
Lo hicieron pasar al despacho del jefe militar, se cuadró ante el superior y se sentó. Había en la atmósfera una extraña índole, de esas de las que sus abuelos, indígenas mixtecos como él, le habían hablado tanto cuando era todavía un niño.
—¿Cuál es tu nombre? —Inquirió autoritario el jefe castrense.
—Onésimo Espinobarros Bonilla, cabo de infantería adscrito al 93 batallón, destacamentado en Tlapa. —Contestó de un tajo, con cierta timidez, más que subordinación.
—Voy a hacer claro e iré al punto —dijo a regañadientes el viejo comandante—, ¿qué sabes tú de los asaltos en la región de la Montaña? ¿Qué información tienes del EPR?
Entonces todo se le aclaró a Onésimo, se trataba de un interrogatorio en el que seguramente a él lo señalaban como delator. Sin temor, contestó lo que sabía:
—Nada mi general. No sé nada de las gentes que participan en asaltos ni nada del EPR.
El general se quedó serio, miró fijamente a los ojos de Onésimo, como queriéndole encontrar la respuesta que buscaba y reviró, resignado a que no conseguiría saber lo que quería:
—Esta bien, retírate, ya mañana platicaremos nuevamente.
Fue la primera y última vez que Onésimo estuvo tan cerca de un general. Su condición de cabo no le permitía tanto.
El interrogatorio

La hojarasca regada en el asfalto emulaba una especie de alfombra gris en las callejuelas del campo militar, los árboles lucían espectrales a contra luz con el resplandor de la luna. Onésimo sentía que a cada paso que daba el ruido de las hojas secas era tanto, que seguramente quienes lo seguían, si es que lo estaban siguiendo, no perderían su rastro hasta que no dejara el cuartel.
Su temor fue como una premonición: cinco pasos antes de salir de la zona castrense, Onésimo fue interceptado por dos efectivos militares vestidos de civil, y sin darle tiempo a preguntar de qué se trataba, fue detenido y llevado a un cámara al interior del mismo campo militar.
Sin mediar palabra alguna lo sentaron, le vendaron los ojos y lo empezaron a golpear brutalmente en todo el cuerpo. Entonces comenzó el verdadero interrogatorio.
Entre golpe y golpe le preguntaban por cada uno de sus familiares, desde sus padres hasta sus tíos. Le mencionaron varios nombres que él desconocía, le inquirían qué sabía de ellos. Aterrado, Onésimo sólo atinaba a decir que no sabía nada, que no sabía de qué se trataba lo que estaba viviendo.
Hubo un momento de silencio, en realidad fueron unos instantes que a él se les hicieron eternos. Se reanudó el tormento. De un jalón le desgarraron la camisa, lo mojaron totalmente y empezaron a aplicarle toques eléctricos en todo el cuerpo. Los gritos de Onésimo se perdían en el silencio de la noche.
—No te hagas pendejo, ahora nos vas a decir todo.
La corriente eléctrica emitía un ruido chillante al momento en que hacía contacto con su cuerpo semidesnudo.
—¿A poco nos vas a decir que no conoces a Primitivo Alvarez Bonilla? —Insistieron los militares, habilitados en esos momentos como torturadores.
—A él sí, es mi tío pero ya lejano. —Contestó con gritos guturales, al punto del llanto.
La respuesta enardeció más a sus verdugos y le dejaron por más tiempo, casi en el desmayo, la corriente eléctrica.
—¿No que no lo conocías? ¿No que no era nada para ti? —Le recriminaron golpeándolo en el rostro.
Onésimo perdió el conocimiento unos instantes, escuchaba las voces lejanas, como un eco difuso que traía y llevaba el viento: “¿Qué no sabes que tu tío Primitivo Alvarez es del EPR?.. Si ya todos aquí sabemos que tú eres el delator, que tú eres el que les pasas información... Dinos qué tipo de armas tiene, dónde las esconde, cada cuánto se reúne la gente con él”.
—No, es negativo, yo no sé nada de eso. —Respondió luego de varias cubetadas de agua fría que lo hicieron volver en sí.
“Mejor di que sí es cierto, de todas maneras aquí te vamos a tener para golpearte —amenazaron los militares—; si no quieres decir nada de todas maneras nos vas a decir más después; di que tú pasas las informaciones a tu tío”.
Onésimo negaba todo, estaba convencido de que si aceptaba las imputaciones se inculparía penalmente. Pero no duró mucho su empecinamiento; las constantes sesiones de toques eléctricos y los múltiples golpes lo hicieron ceder ante sus agresores.
Dijo lo que ellos querían escuchar. Declaró que Primitivo Alvarez Bonilla, su tío lejano, lo había amenazado de muerte para que le pasara información; dijo todo eso y más. Ante cada interrogante sólo decía que sí, mientras una grabadora registraba su voz. Firmó muchos papeles en blanco. La tortura cedió.
Los días de cautiverio

Onésimo perdió la noción del tiempo. La celda en la que permanecía, totalmente cerrada, no le permitió darse cuenta a ciencia cierta cuanto tiempo había pasado allí desde que lo habían aprehendido. Y si diferenció, en algún momento de lucidez, la noche del día, fue porque una rendija en la puerta dejaba pasar un rayo de sol, que igualmente desaparecía cuando llegaba la noche.
En realidad estuvo 12 días en calidad de preso en la 35 zona militar —desde el 28 de julio hasta el 8 de agosto—, amordazado, con una comida al día y sin bañarse. Llenó de incertidumbre y de temores bien fundados.
El cuarto día del mes de agosto lo sacaron de la celda a empujones, sin decir ni una palabra, entonces pensó que todo había acabado. La verdad es que sólo lo trasladarían a la guarnición para escuchar otra sentencia: “No te queremos ver por Tlapa, porque te desaparecemos”.
Estuvo otros cuatro días con sus noches allí, en iguales circunstancias, salvo que le quitaron la venda de los ojos, pero incomunicado con el exterior.
En tanto, su familia mortificada, se traslado varias veces desde Tlapa para preguntar por él. Siempre se lo negaron.
El traslado

Al amanecer del día 8 de agosto Onésimo fue sacado de la guarnición y trasladado en un vehículo militar al 93 batallón de infantería destacamentado en Tlapa. Pasó por la guardia de ese cuartel en calidad de detenido y sin permitirle hablar con nadie.
Al otro día fue presentado ante el coronel Baranda Rivera, que ya lo esperaba con un ofició en la mano. Era un documento, con el folio número 10121, en el que se le notificaba su cambio de batallón. Quiso explicar todo, precisar que todo había sido falso, pero no le dieron tiempo de nada. Fue trasladado a la guardia, sin permitirle informar de su cambio a su esposa ni a sus padres.
El hermetismo con que los militares manejaban todo, le pareció demasiado sospechosa, y más cuando supo que su cambió era para Mérida, otro estado del país. Pero no pudo hacer nada, se subió a un vehículo con un capitán y lo llevaron hasta la ciudad de México; allá lo subieron a un autobús, anotaron el número de carro y de asiento, le tomaron fotografías al momento de abordarlo y se retiraron.
Con la certidumbre de que un suceso trágico lo aguardaba en Yucatán, Onésimo se armó de valor y bajó del autobús, tomó otro que lo llevará de regreso a Tlapa y presentó su “formal renuncia” a las filas castrenses, sólo que en el Ejército nadie se puede dar ese lujo y hoy no es más que un desertor.
Acompañado de su familia, Onésimo presentó una queja formal ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) de México, a fin de que interviniera en el caso. Pero el organismo, con una investigación “deficiente y subjetiva”, expresó que su personal corroboró que “el quejoso” no tenía secuelas de lesiones, y determinó que no se desprendieron elementos suficientes que acreditaran violación a derechos humanos por parte del Ejército mexicano.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi estimado, cuantas historias como estas deben saberse, que bueno por mostrarnos este Guerrero-Mexico que ha sido opacado por las noticias del narco, saludos.