Tragedia y lucro, las secuelas del huracán Paulina en Acapulco

©David Espino

Cual ángeles caídos yacen en los charcos las muñecas mugrosas de las niñas. Agua, lodo y pedazos de recuerdos; camas rotas, estufas, mesas, sillas, ventiladores, televisiones, grabadoras, ropa y esperanza... todo perdido, inundado, inmensamente húmedo por los turbulentos vientos y lluvias que trajo consigo el huracán Paulina.
Humanos famélicos, casas hundidas, calles lodosas y repartición mezquina de víveres para los cientos de damnificados de Puerto Marqués, en Acapulco, Guerrero.
Familias salvando retazos del ayer: escombros que antes fueron muebles, harapos que antes fueron ropa, piso firme que se hizo lodo sin más miramientos que el preámbulo de las nubes, los truenos y el agua que cayó a torrentes... a cántaros.
En la iglesia del pueblo ya no se ofician misas, ni se bendicen relicarios, ni nadie se persigna al entrar. Ahora es un albergue improvisado que aloja a más de 100 personas porque sus hogares, en el más amplio sentido del concepto, se derrumbaron. No quedó vara sobre vara para aquellos que tenían sus casas de bajareque, y las de concreto se cimbraron, quedaron a cuestas, ladeadas... emulando míseramente a la italiana torre Pisa. Inhabitables.
“Mire como estoy en la desgracia, este ciclón me hizo para un lado la casa... me dejó puro lodo, se llevó las cobijas, se llevó todititas las camas... estoy triste”. Refiere la señora Paula Vélez García mientras nos muestra el nivel que el agua alcanzó aquel jueves 9 de octubre aciago. “Hasta allá subió —apunta a una altura aproximada de dos metros y medio—, ahí está la medida mire, esa cinta negra que ve, hasta allá llegó...”.
Con 78 años de edad a doña Paulita la rodea un aura de pesadumbre, de zozobra. Su voz trémula brota para darnos sus querellas, las necesidades que ella y sus cuatro nietos —Alejandro, Miguel, María y Jesús— requieren de urgencia. “Quiero que me traigan aunque sea una camita de campaña para ya no dormir en la banqueta... que vean por mi casita, que me ayuden a recuperarla, yo no tengo marido que me ayude, solamente vivo con mis ñetitos que son huérfanos”.
Su cuerpo encorvado y lúgubre camina por la casa desierta y chueca, muestra los espacios vacíos donde estaban sus modestas pertenencias. “Aquí estaba mi estufita y mi tanque de gas, mi comedorcito estaba de aquel lado junto con mis trastes, mi refrigerador estaba por ahí”. Luego guarda silencio y le dedica especial atención al sitio donde dormía: “Mis camitas que apenas me habían traído mis hijos a regalar se me perdieron no me quiero ni acordar...”.
Llora. Lamenta el saberse a la intemperie, peleando con su insomnio senil en la acera, sin dinero y sin poder ganárselo porque ya no tiene donde cocinar sus gorditas de manteca ni sus picaditas, ni hay tampoco a quien vendérselas.
Como ella se encuentra doña Ana María Bailón, a quien de plano se le cayó su vivienda: “Se me perdió todo... con decirle que los horcones de la casa están volando”. El torrente se llevó a la vez dos camas, dos roperos, un refrigerador con los pocos alimentos del día y una pequeña televisión blanco y negro propiedad de don Tomás Marcial y su familia. Pero él no quiere nada regalado, dice que sería más fácil que les otorgaran un crédito que irían pagando poco a poco y así poder recuperar lo perdido.
Don Tomás, lanchero de oficio y con 46 años de edad, cree saber de dónde salió tanta agua. Explica: “Lo que pasó es que cuando hicieron la presa del río Papagayo parte de su rivera la desviaron para acá, y toda esa agua viene a dar a la laguna. Esta vez creció bastante y se salió hacia el pueblo”.
La señora María Madel Pérez también fue víctima del Paulina y como la mayoría de sus vecinos perdió su patrimonio, pero ella y su familia ha sido especial víctima de los acaparadores de despensas y de la avaricia de quienes las reparten. El motivo, su filiación política: son perredistas.
—Sí han traído cosas al pueblo, pero a nosotros ni nos dan.
—¿Por qué?
—Porque le dan a los que menos necesitan, a los que tienen... a los priístas.
En la misma situación se encuentran Amalia Ramírez Jiménez y su familia integrada por cinco personas; Felipe Osuna Pacheco, con cuatro hijos y su esposa; Guadalupe Liévano Hernández, sola y madre de tres niños; Heladio Vera Escobar, con dos hijos y su esposa.
Así quedó en su estructura física y en su actitud humana Puerto Marqués.
Pero hay más: decir que el pueblo estuvo económica y productivamente paralizado, es quedarse cortos ante la magnitud del problema. La comunidad vive del turismo, de la pesca y del campo... pero los turistas se fueron porque nada había que hacer en un lugar prácticamente devastado por la vorágine; el mar se tornó violento para con los inermes pescadores, y las tierras de cultivo se inundaron abortando el embrión sembrado por los campesinos.
De modo que no había que comer, que beber, que vestir, ni donde dormir. El único albergue no fue suficiente para tantos necesitados, amén de las múltiples irregularidades que se han estado presentando en la entrega de las pocas despensas que la sociedad civil, más que el Estado, ha hecho llegar a los damnificados.
Todo está sumido en una especie de mimetismo: la piel morena obscura del común de la gente se confunde con el agua negroide que invadió las casas; la política clientelar de los líderes priístas a cambio de despensas se mira a simple vista como buena voluntad; y tras la máscara de humanitarismo está la propaganda electoral.
—¡Queremos apoyos! —Grita desesperada una señora trepada en una camioneta en compañía de otras 15 mujeres.
—¡Sí, aquí todo se lo dan a los líderes! —Acusa de una vez por todas otra.
Es una algarabía ensordecedora que se detiene a la mitad de la calle polvosa exigiendo equidad en la repartición de víveres.
—¿A quién en específico se refieren, quiénes son los líderes? —Se les inquiere a gritos para hacerse oír.
—Eduardo Palma y Eduardo Román. Este último es el que acapara todo porque según tiene línea del gobernador. —Contesta María de Lourdes Ozuna López, representante de la Secretaría de la Mujer en Puerto Marqués.
—¿Son pugnas de liderazgos entre priístas y perredistas?
—No, entre nosotros mismos... los priístas.
—¿Y por qué?
—Porque así somos. Nada más por eso. —Machaca socarrona y orgullosa de sí María de Lourdes, mientras que la camioneta arranca dejando a su paso una espesa nube de polvo en el rostro del reportero.
Reportaje publicado el mes de octubre de 1997 en la revista Controversia.
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