Analfabetismo, miseria y cacicazgos, sinónimos de supervivencia indígena en Guerrero

©David Espino
Toda la miseria del mundo está concentrada en este rinconcito, en este recóndito ámbito guerrerense. Los trozos de leña seca hacen combustión brindando al lugar un poquito de calor.
El comal sobre el fuego, sobre el fogón de piedra a flor de suelo, se calienta en espera de la primera tortilla de frijol. Doña María Francisca luce lánguida, sumisa, esquelética. Hace movimientos bien planeados, armoniosos, con alevosía frente aquél metate donde muele el nixtamal. Lo hace con una sapiencia de años, como si su madre la haya parido allí, junto a ese lugarcito.
Los sombreros de palma están formados en espera del día de su venta en el pueblo. Hechos concienzudamente por las manos expertas y callosas de ella, su madre y su marido, los únicos habitantes de esta cueva. Quizás, también, los únicos y los últimos habitantes que, en pleno umbral del siglo XXI vivan en condiciones, no de rezago y marginación, sino más lejos: en la prehistoria, en la edad de las cavernas, frente a un discurso gubernamental que no va más allá de la diatriba, de la demagogia.
El majestuoso peñasco, enclavado en los altísimos cerros de la Montaña, hace las veces de cocina, taller, recámara y todo a la vez. Un hueco de cinco metros de profundidad aproximadamente, es el hogar de esta familia, es el que brinda asilo a doña María Francisca, don Salustio y doña María Concepción. La esposa, el marido y la madre, respectivamente.
El alba, preñada de incertidumbre, inicia sus ritos de color y aroma. Los vientos fríos se ven pasar y estancarse en la verja de carrizos de la cueva-habitación. El camastro improvisado con varas secas, guarda en confidencia los múltiples insomnios que se conquistan con el inmenso frío montañés.
Esquinas y contra esquinas llenas de símbolos autóctonos y católicos, amalgamas de dos culturas. En una, imágenes santificadas con veladoras tributarias. En otra, un molcajete de piedras rústicas y una filosa roca pendida de un madero a manera de tarecua, todo como único legado de sus ancestros.
El espacio lúgubre y funesto ha visto nacer ya a dos niños, José y Agusto, ahora con 20 y 18 años cada uno. Formando, en este momento, parte de la comunidad flotante e indigente de Acapulco.
“Los muchachos no están. Fueron trabajar por allá, Capulco”. Musita doña María Francisca entre castellano y náhualt, su legua y raza natal.
Abajo, los ahuehuetes petrificados, ancianos, forman una columna guerrillera con uniformes cafés claros, un comando senil sin cuartel, una hilera de guardianes que los vigilan día y noche, haciéndose compañía mutuamente.
El arroyuelo que baña las raíces de los milenarios árboles les ha dado, durante 20 años, de sus aguas para saciar la soledad y la sed. Les da, también, sonidos diáfanos para espantar el abrumador silencio de las montañas. Les regala para nutrir su pequeña siembra y darle de beber a unos cuantos animales, su único patrimonio familiar.
Aquí las cosas apenas empiezan, es el génesis del mundo. Allá está el declive, el apocalipsis de lo contemporáneo. Del ayer y del hoy.
“Ya tinemos veinte años viviendo aquí y ninguna autorida nos ha divisado, no saben si vivimos”. Refiere doña Francisca, quien nunca en su vida ha visto, ni en fotografía, a un gobernador ni mucho menos a un presidente. Es la austeridad, la desgracia, la adversidad en su más amplio sentido del concepto.
“Ya nos costumbramos, y además no tenemos donde ir”.
Sigue hablando doña Francisca sin dejar de cuidar la tortilla en la lumbre, mientras le forma la redondez a la próxima.
Las paredes, junto con el techo, guardan un color obstinadamente sucio, negro por los años y por el incisivo y cotidiano humo del fogón.
Sin mencionar una sola palabra, —porque no entiende la extraña lengua que hablamos—, doña María Concepción acerca sus brazos al comal para calentar sus frígidas manos; está atenta a nuestros movimientos.
Su rostro se encuentra envuelto en incontables surcos cutáneos, es una anciana de 68 años aproximadamente, su pelo es hirsuto y sus ojos tristes, toda ella rodeada por un aura de pesadumbre que sólo se aviva con las luces artificiales de los flashazos.
Don Salustio no está, “anda borracho”, dice la esposa señalando en dirección al pueblo más próximo. “Ayer pusieron comisario”.
Ciertamente, un día anterior, el aguardiente cayó por litros sobre Tlaquilcingo, el poblado más cercano a la asolada cueva, por el nombramiento de nuevas autoridades comunitarias.
El árido y abandonado camino que va a dar al pueblecito y luego a la madriguera, se encuentra en condiciones inaccesibles. Evidentemente olvidado, dejado a la deriva y al tiempo. Lo rodean las cañadas, los arbustos, los zopilotes. Y en estos tiempos de lluvia todo ese polvo y tierra es transforma en un lodo pegajoso, en un pantano, en una intransitable ciénaga de meses...
Media vida, entre el hambre y las hambrunas, entre la existencia y la subsistencia, la familia de doña Francisca ha arrastrado por décadas una herencia de analfabetismo y miseria que por cada día que pasa, el problema se pone de una sola forma: peor.
Aquí se pasa una navidad a obscuras, en penumbras, sin ver pasar nada —ni siquiera el año nuevo—, más que el humo que produce una sola vela porque “la gasolina está cara” para usar candil, diría un día antes don Salustio.
Tan no se ve nada por acá, que ni siquiera saben que ellos pertenecen a los más de 480 mil indígenas que viven en condiciones de extrema pobreza en la entidad. Que son tres más en la larga lista de analfabetas guerrerenses y que gracias a ello forman parte de las estadísticas del INEGI donde son miembros —sin razón y sin motivo, más bien por letargo gubernamental—, de esos mayores de 15 años que no saben leer ni escribir y que están en el 27.20 por ciento frente a un 9.8 por ciento que es el promedio nacional según datos de la propia SEP.
Sus ojos están vendados y sus bocas amordazadas. Dan pasos ciegos frente a una realidad que está fuera de su alcance.
De este lado de Guerrero, por más que se lean ostentosas ocho columnas de “Mil millones para la Montaña” en los medios impresos, no se ve traducido en nada. Y ni doña María Francisca ni nadie ha visto pasar los recursos materializados en hechos...
Es el oscurantismo transformado en verdad, en una realidad palpable, que se ve, que se huele, que cada vez está más insoportable...
Doña María Concepción se acunclilla para atizar la lumbre que se apaga, como su existencia que no vio más allá de su pueblo, de su casa hecha cueva, mientras que en su estado crece el número de gente como ella, como sus hijos, como sus nietos, como su eternidad incierta...
Los sucesos son alarmantes: la deserción escolar de los niños inscritos en educación primaria en Guerrero es la más alta del país, con un 9.7 por ciento, frente a un 3.3 por ciento que es el promedio nacional.
También la eficiencia terminal en educación primaria es de las más bajas: en el ciclo 94-95 sólo el 41.4 por ciento de los niños terminaron la primaria, mientras que a nivel nacional el ciclo escolar fue de 61.9 por ciento.
Y sigue en aumento:
El año de 1994 terminó con 74 mil 924 más guerrerenses analfabetos que los que se registraron hace siete años. En ese tiempo Chiapas y Oaxaca superaban a este estado en el porcentaje de la población mayor de 15 años que no saben leer ni escribir. Esos dos estados eran más atrasados en ese aspecto, con índices de analfabetismo de 29.80 por ciento y 27.60 por ciento de la población adulta respectivamente. Guerrero estaba en el tercer lugar de analfabetismo entre las entidades del país, con 27 por ciento.
Para 1994 se situó en el primer lugar. Aquí el porcentaje de la población que no sabe leer ni escribir —ahí está doña Francisca y familia—, subió a 27.20 por ciento, mientras que en Chiapas bajó a 19.30 por ciento y en Oaxaca bajó a 21.52 por ciento.
En efecto, y nada de eso se sabe por aquí. Por lo menos no los niños que por irse a la siembra o a la leña dejan de ir a la escuela. O porque los programas de analfabetismo por parte de instituciones como Conafe e INEA resultan ser un fiasco, a causa del hermetismo con el que trabajan los directivos de dichos organismos.
O porque los llamados instructores comunitarios no están bien preparados, ni profesional ni psicológicamente para tan grande encomienda, y a los pocos meses desertan. O porque las denominadas Misiones Culturales del ex Ineban, nacieron desde un principio con una serie de irregularidades que van desde registrar a 30 gentes como alumnos, cuando en la realidad son sólo tres o cuatro.
Acá no. Aquí se aprende desde chiquillos, como lo hizo doña Francisca y sus hijos, “a tejer sombrero”. Seis o siete diarios para después malbaratarlos en el tianguis. Y a cargar al niño envuelto con el rebozo en la espalda. Sólo eso —lo primero— les puede garantizar por lo menos una comida diaria.
Todo tiene una estrecha correlación en este contexto: el analfabetismo acompañado de la miseria extrema, ésta a causa de la injusticia social que impera en muchos lugares de Guerrero, la marginación étnica como única secuela de lo anterior y en consecuencia de ello el enriquecimiento desmesurado de pocos a costa de la mayoría, es decir, el caciquismo...
Por eso es que de entre sus etnias los niveles de mortandad son tan elevados. La tasa de mortalidad infantil, es de 59.7 por cada 100 nacidos, cantidad que excede en 13.1 por ciento al promedio general válido para todo el territorio mexicano y sitúa a Guerrero en el segundo lugar nacional en este rubro.
El semblante transparente de doña Francisca se parece a esta mañana nítida, a esta naturaleza desnuda sin cortapisa que se abre ante los ojos de un nuevo limbo.
Sin saberlo, ella, su esposo y su madre, ya estuvieron en boca del Obispo de la Diósesis de Tlapa, Alejo Savala Castro; del secretario general de la Liga Agraria Revolucionaria del Sur “Emiliano Zapata” (LARSEZ), Raymundo Velázquez Flores y del dirigente de la Confederación de Organizaciones Indígenas de La Montaña (COIM), Víctor Guzmán Morelos.
El primero —escueto y cuidando sus términos—, se refirió a las etnias y al estado como un lugar donde ciertamente “sí hay lo que dices aquí, marginación y, debido a eso, el aspecto económico, político, educativo y social tiene varias deficiencias y, como siempre, nunca será una cosa perfecta”.
El segundo se fue más directo: “La marginación étnica se da cuando el gobierno no nos toma en cuenta para nada, y cuando, no se nos respetan nuestro más elementales derechos humanos, ya que ellos mismos evocan al racismo haciéndonos menos por el simple hecho de que somos indios.
“El analfabetismo —continúa— ha sentado sus reales porque no se ha implementado una política que ataque de raíz el problema. Se le debe dar prioridad a los grupos indígenas para que ellos puedan tener mejores niveles académicos; primaria, secundaria y eso va acompañado con albergues, con becas, con la creación de cocinas populares para los campesinos.
“Tú míralos —conmina señalando a sus acompañantes— 86 compañeros queriendo ingresar al magisterio bilingüe, mixtecos, tlapanecos y nahuas, sin embargo no hay prioridad para ellos, ¿por qué? —se interroga—, porque existe una gran corrupción —asevera—, dentro del sistema educativo”.
Un 10 ó 20 por ciento, según estima Velázquez Flores, constituyen las cifras de los indígenas mayas, amusgos, nijes, nahuas, tlapanecos, tiques y mixtecos que saben leer y escribir. El 80 por ciento restante, no sabe, ni lo redondo de la “O”. “Este es un problema muy fuerte”. Asegura.
Todos los planteamientos al respecto coinciden, Víctor Guzmán Morelos, por su parte, evoca a un 80 por ciento de analfabetismo en las regiones indígenas del estado y principalmente en la Montaña.
Habla de una miseria que va más allá de lo extremoso, la califica de “terrible”, de que “es la más vil situación en que viven los pueblos indígenas —y eso que desconoce la vida de doña María Francisca—, porque lo estamos viendo, lo vivimos, lo compartimos, es terrible. Y el gobierno sólo semiresulve las cosas, las va sobrellevando así durante años”.
Este, empero, se mete con móviles, hace referencia a que, pese a los programas como Desayunos Escolares y Procampo las cosas no se mejoran. “Desayunos Escolares tiene muchos problemas —acota—, no se reparte como se debe, no se entrega a tiempo, etcétera.
Y los programas de apoyo a la producción, han sido hasta el momento programas de tipo político, electoralmente se usan, los recursos, para que lleguen a las comunidades los fertilizantes, y esto solamente son banderas para los candidatos a las presidencias”.
Las llamas del fogón producen un sonido extraño, chillan con anhelos premonitorios mientras que doña María Concepción le dice algo a su hija. “Que va haber visitas”, nos traduce doña Francisca, al vernos con cara de duda.
Así han vivido siempre, frente a un fuego que se ve como un pitoniso, que promete un mejor mañana y no cumple...
Se toca el tema de la injusticia social y volvemos a 1907, a 1908, “cuando a Porfirio Díaz —hace remembranza Guzmán Morelos—, la prensa le preguntaba que si no tenía miedo de que los indígenas se le levantaran, él decía que no, porque los españoles los habían enseñado a vivir de rodillas, a respetarlos como seres superiores a ellos.
“Desde ese tiempo —interrumpe la historia— a imperado la injusticia social en México y más aun en Guerrero. Poco se ha avanzado de ese tiempo a la fecha, sino cómo te explicas las siglas EZLN”.
Por su parte, Raymundo Velázquez Flores hace alusión a ello como asunto muy grave, porque hay indígenas por ejemplo “presos en Tlapa, en Acapulco, en Ometepec, con averiguaciones previas mal integradas, con acusaciones infundadas.
“Desgraciadamente la mayoría está ahí por sembrar la marihuana, la amapola, pero ellos lo hace por necesidad, por el hambre, para no tener que emigrar a Sinaloa, a Culiacán, a Sonora o a Baja California para ganar unos pesos en tiempos de cosechas, lo hacen por no ir a sufrir, junto con sus esposas e hijos a lugares en que a lo mejor no van a regresar, allá se mueren y ni quién se de por enterado”.
Los pies desnudos de doña Francisca pisan una tierra que, con toda seguridad no es de ella, ni de su madre, ni de su esposo, es más, desconocen la autoría, pero se la adjudican porque desde siempre han vivido sobre ella, y sobre ella han sembrado lo poco que han comido, pero no saben de quien es, ni a quien pertenece. Porque eso de que “la tierra es de quien la trabaja” no pasa de ser una consigna de subversivos, de agitadores sin oficio ni beneficio.
Todo unido en un fuerte vínculo, fusionado por décadas de impunidad y falacias. Todo, hasta la acumulación desmesurada de tierras. Del caciquismo pues.
“El problema caciquil se da en forma clara en el estado, te voy a dar unos ejemplos —dice seguro de sí Raymundo Velázquez Flores—: Ebodio Zurita, de Marquelia —Costa Chica de Guerrero—, mantiene cerca de mil cuatrocientas hectáreas de tierras.
“Ahora hablemos de la familia —Robles— Catalán en Costa Grande; de la familia Rosalío Navarrete, que mantienen cerca de cuatro mil seiscientas hectáreas en San Luis la Loma, en San Luis San Pedro, en Tecpan, en Nuxco y en Santa Lucía, municipio de Tecpan.
“Ese es por un lado, en la Montaña se da el cacicazgo comercial de Celso Villavicencio, aún siendo diputado local, él es el rico comerciante que controla y acapara todo en la ciudad de Tlapa de Comonfort”.
A pregunta expresa, el de la COIM, Víctor Guzmán Morelos, va al grano, va más allá: “En Guerrero se da muy transparentemente el problema del caciquismo. Si nos autopreguntamos a la sociedad de Guerrero y México, ¿quién fue el que acaba de gobernar el estado?, pues es Rubén Figueroa, el hijo del exgobernador Figueroa Fugueroa, y yo creo que es un cacique y viene de un caciquismo, viene de una familia caciquil ¿no?”. Se interroga y culmina.
El analfabetismo, la miseria extrema, la injusticia social, la marginación étnica y el caciquismo, se ven concretadas, sintetizadas en este lugar.
Aquí, donde los aguaceros empapan el mundo, donde el frío quema la piel y los petates rotos, la sábanas agujereadas, el camastro de varas y las paredes húmedas de la cueva no son más que un mal chiste para esta torrencial temporada de lluvias que desgarra, que congela, que mata.
Publicado en el Semanario ámbito en 1997
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

la miseria en mexico y en guerrero es similar no hay fronteras para el analfabetismo, sin no contribuimos a llegar los recursos destinados a programas de educacion y a los programas sociales tanto del gobierno estatal como federal jamas podremos abatir el rezago historico de la montaña pobre de guerrero, yo exhorto a que una legislacion federal acuda en ayuda de los pueblos a cada uno de los indigenas y no dejarlos solo con los dirigentes o lideres de los movimientos sociales, invito a los periodistas y estudiosos que hagan un trabajo de conciencia que pasen cuando menos un dia con los indigenas de guerrero y conozcan la miseria intelectual y humana que persiste aun en nuestros dias, hagamos juntos sociedad gobeirno e inicitiva privada un esfuerzo por mexico y por la region de la montaña emblema de la hpocresia lentitud pero sobre todo falta de sensibilidad de un gobierno sin experiencia y de juguete como este.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

esta zona sera y seguira marginada mientras gente como celso villavecencio y familia vivan alla. su trafico d epoder y nexos con el narco son de todos conocidos y si les falta datos con gusto les digo mucho o no yadinn