Regresa a Guerrero el viejo estilo del poder

David Espino
Un silencio. Los reporteros se miran. ¿Qué pasa? Un receso ha sido decretado en la sala de sesiones del Congreso de Guerrero. Entrarán, en unos minutos, los diputados comisionados para acompañar al recinto al gobernador electo Ángel Aguirre Rivero y sus invitados especiales. Pero los monitores son hierro y plástico, un montón de alambres y plasma que no transpiran, que no transmiten temperatura ni sensaciones. El sonido se va, los trabajadores de Comunicación Social del Congreso trastabillan para hallar la falla. Nada. Es que desde cabina quitaron el audio ambiental, dicen. Las dos pantallas planas siguen mudas en la biblioteca legislativa acondicionada como sala de prensa con computadoras arcaicas e incomodidad por todos lados, pero eso sí, con mucho café y bocadillos.
Se ve en los monitores mucha gente, se arremolina la gente. Son los diputados que entran con el gobernador en vilo, casi en hombros y con ellos entra nuevamente el audio: “en el punto número dos del orden del día se otorga el uso de la palabra al diputado Natividad Calixto Díaz para fijar la postura de la representación parlamentaria del Partido Nueva Alianza”, dice la panista Irma Lilia Román Garzón, presidenta de la mesa directiva con sus yerros en la dicción, como cuando al secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora, le dice Black (negro) Mora. Entonces, pues, Calixto habla. Critica que el cambio de gobierno hace seis años no representó una alternancia y hace votos porque éste si vaya en ese sentido. Entra luego el del PT, Victoriano Wences Real a lisonjear. Es todo. Nada de fondo.
Bonfilio Peñaloza García, del Verde, pide con una lectura accidentada, tanto que aburre, frenar la escalada de sangre, en aparente referencia a la violencia ligada al narcotráfico. El del PAN, Ramiro Jaimes Gómez incluso improvisa, se notan sus tablas en tribuna, pero lisonjea igual al nuevo jerarca. Viva el rey, muera el rey con quien ofrece colaborar durante su gobierno que inició con este abril. Efraín Ramos Ramírez de Convergencia sube al podio más bien excitado, se le nota la emoción y lo expresa por ser del partido que formó parte de la coalición que llevó al triunfo a Aguirre Rivero. Y éste suspira complacido, según los monitores magenta. Luego dice que no serán ni críticos sin razón ni aduladores de su gobierno y pide detener a quienes han depredado las tierras de los guerrerenses sin que dejar nada a cambio. Las grandes corporaciones que se llevan el oro y la plata y dejan migajas. Golp Corp, entre ellas. No lo dice, pero...
José Efrén López Cortés del grupo parlamentario independiente traba su lengua con las palabras. Le gana el nervio. Se va del podio como llegó. Irrelevante lo que dice tanto como fue ininteligible su voz. Los del PRI se cuecen aparte. Guadalupe Gómez-Maganda Bermeo, senadora un par de veces, diputada federal otro tanto y muchas veces secretaria de despacho y hasta presidenta del Comité Directivo Estatal del PRI, toma la palabra. Reprocha, duro, dice que llegan con una derrota pero depurados, intocables sus principios y además, con 530 mil votos. Un PRI en ascenso pues, frente a una izquierda desdibujada y una derecha que no sabe gobernar.
Gómez-Maganda advierte que vigilarán, que serán factor de gobernabilidad, sí, pero que no perderán de vista al gobernador cuyo partido abandonó para irse al perredismo que lo hizo por segunda vez mandatario. La primera allá en 1996, cuando por presiones del PRD, entre otros factores, tuvo que irse Rubén Figueroa Alcocer del poder Ejecutivo, luego de la matanza de Aguas Blancas en junio de 1995. Entonces sí, Aguirre es gobernador por segunda vez gracias al PRD. Eso lo sabe Faustino Soto Ramos. ¿Lo sabe? y su discurso en más bien festivo. Festeja que hayan retenido la gubernatura. Festeja que sus camaradas de partido ocupen –eso se cree– 60 por ciento del gabinete, según el ofrecimiento original de Aguirre. Y al final echa un grito que es como un hurra, al gobernador entrante.

Zeferino Torreblanca Galindo se fue por la puerta de atrás. Ni se presentó al protocolo de entrega del poder Ejecutivo y ni falta que hizo. Se evidenció nuevamente y por enésima vez su falta de respeto a las formas de la política que nunca entendió como buen contador. Hasta el último día perduró su obcecada soberbia. Se fue antes, dijo un periódico con el que estuvo peleado de principio a fin. El Sur. Abandonó el encargo y se fue a la ciudad de México. No fue, como en otros casos, o como lo dicta el lugar común, el gran ausente, porque no se notó su ausencia, nadie lo mencionó en tribuna, nadie lo mencionó entre los reporteros, nadie se acordó de él, se fue como no llegó. Torreblanca llegó como el primero de los gobernadores del estado con una amplísima legitimación social mediante el voto.
En una entidad con gobiernos truncos, malogrados: Rubén Figueroa Alcocer, Alejandro Gómez Maganga, Raúl Caballero Aburto –todos impuestos desde la ciudad de México por el presidencialismo–, y represores: Raúl Caballero Aburto, Alejandro Gómez Maganda, Rubén Figueroa Figueroa, José Francisco Ruiz Massieu, Rubén Figueroa Alcocer que se fueron luego por la puerta de atrás y con el señalamiento internacional por sus acciones y crímenes de lesa humanidad, Zeferino Torreblanca Galindo fue el primer mandatario elegido en los términos más transparentes del novel sistema de partidos del país, pero se va como sus antecesores, por la borda el capital político que ganó en un día. El día de la elección en 2005.

A Aguirre en cambio le han regalado un mes de abril. No como al viejo Joaquín, sí Sabina, que se lo han robado y se sigue preguntando, melancólico como es, quién es el culpable. Un mes que dice Aguirre, existe gracias primero a dios, y no a los electores que en realidad son quienes se lo han regalado. A dios, evoca en su discurso como si una expresión divina haya tocado a la gente para que volcara las urnas en su favor el 30 de enero, luego de que en el tercer punto del orden del día, a las 12:10, rindiera protesta y en el cuarto punto se hicieran honores a la bandera y hasta los reporteros en la sala de prensa se pararon y entre dientes cantaron el Himno Nacional como si fueran parte de la ceremonia, como si no supieran que estaban fuera, como simples espectadores. Su lugar, el lugar destinado a los reporteros de la fuente en la sala de sesiones, fue ocupado ahora por los directores y dueños de los medios. Ellos hubieran hechos las notas y las crónicas.
Pero Aguirre está emocionado, no se percibe, porque con los monitores de por medio nada se percibe. Lo confiesa. Y da gracias a todos, a dios incluido como si todos creyeran en él. Menciona, luego de un discurso de ofrecimientos y pleno de promesas donde cuatro años parecen que no serán nada para acabar con el analfabetismo, erradicar la pobreza, hacer dos metrobuses, uno en Acapulco y otro en Chilpancingo; dar empleo a miles de jóvenes, a los ninis, ayudar a los ancianos, a las divorciadas o dejadas o viudas, a los indígenas y los minusválidos; dar desayunos calientes, crear fábricas, regalar uniformes y útiles escolares, sin contar mantener la nómina, obesa, se espera, del nuevo poder Ejecutivo. Menciona después del rosario a los gobernadores de los cinco estados que estuvieron con él. Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla y el Distrito Federal. Con especial énfasis a este último.
Menciona también al secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, que llegó y se fue en medio de una nube de camionetas blindadas y helicópteros volando a su alrededor y con francotiradores en el edificio del Congreso y dos camionetas de soldados en la avanzada y en la retaguardia, atrás de lo cual siguió el desfile, la cabalgata de blindadas y guardias y escoltas de los cinco mandatarios y los flamantes secretarios de despacho que fueron atrás de Aguirre, cuando éste pasó por el acceso al estacionamiento y estrechó algunas manos de los periodistas que alcanzaron a entregarle peticiones por escrito. Uno, dos, tres fólders se colaron entre la ventanilla entreabierta de la camioneta de Aguirre. Sí, sí, o todos dice sí Aguirre.
Afuera, ahora, en la calle alterna al Congreso que fue cerrada desde muy temprano a toda circulación, vehicular y peatonal, es el contacto más directo con los actores. Los monitores dispuestos en la sala de prensa no registraron gestos ni olores. Intenciones primeras o dobles intenciones. No se percibió el aroma de los perfume caros, carísimos de los asistentes ni se rozaron las telas finas de los trajes sastre y vestidos de noche. Afuera sólo se vieron, veloces, entre las ventanillas de los automóviles, las caras felices de los nuevos beneficiarios del poder, mientras los helicópteros seguían arriba, por los cielos, y la calle, la avenida Trébol Sur iba quedando sola, sola, a la 1:30 de la tarde. Como si fuera media noche.

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